Espacios. Vol. 14 (1) 1993

Taxonomia empresarial y política industrial: Los efectos del ajuste estructural en la cultura tecnológica de las empresas

Entrepreneurial taxonomy and industrial policy: The effects of estructural adjustment in the technological culture of firms

Arnoldo Pirela *


RESUMEN

En este trabajo presentamos los primeros resultados de la comparación de dos investigaciones empíricas sobre la conducta y cultura tecnológica de las empresas del sector químico venezolano. Se compara la situación en 1988, justo antes de la apertura económica y la aplicación del “paquete” de ajustes estructurales para resolver problemas de endeudamiento externo, déficit fiscal e inflación, con los resultados de ese proceso casi cuatro años después de iniciado, segundo semestre de 1992. El artículo describe los efectos del ajuste estructural, argumenta sobre las consecuencias de la falta de una política industrial y tecnológica y propone algunos de los elementos básicos que deberían constituir un verdadero programa de transformación de las estructuras productivas del país.

ABSTRACT

This paper presents the first results of the comparative analysis of empirical dates on the culture and behaviour of firms in the chemical sector in Venezuela, during the period of application of a program of structural adjustment between 1988-92. The article describes the effects of structural adjustment, the consequences of a lack of state policy towards industry and technology, and presents the basic assumptions needed to undertake a truly program of industrial transformation in a country like Venezuela.

Contenido


Introducción

Este trabajo intenta, por una parte, intervenir en la recurrente, pero vibrante controversia mundial sobre el rol del Estado y la política pública para estimular el desarrollo de la competitividad. Y, por la otra, contribuir al entendimiento de los mecanismos y ritmos en que las empresas de mediana y pequeña dimensión desarrollan herramientas de aprendizaje tecnológico y construyen capacidades y potencialidades innovativas. Obviamente, es importante también entender la sinergia y relaciones que se pueden construir o desarrollar entre el Estado y su política industrial y tecnológica con los elementos intrínsecos a la empresa y su cultura.

Antes de entrar propiamente en el artículo es necesario hacer algunas consideraciones sobre el contexto político y social en que se mueven hoy las empresas venezolanas y el ambiente dentro del cual se realizó la última encuesta y se analizó la información. Además, es importante advertir que los resultados aquí presentados son un primer procesamiento, particularmente de la segunda encuesta; por lo tanto, los juicios y conclusiones están sujetos a cambios y reconsideraciones en la medida en que continuamos avanzando en el procesamiento de la base de datos creada y en las reflexiones y análisis acerca de esos resultados.

Son obvias las vinculaciones entre los procesos políticos y económicos y es obvia también la necesidad de considerar al contexto como moldeador de los datos, ello en la medida que la información levantada no es otra cosa que el punto de vista del actor y sus circunstancias, en este caso de los empresarios y directivos de las empresas. Este es un asunto al cual hemos hecho referencia extensa en otros trabajos (Pirela, 1987), pero creemos oportuno, simplemente, puntualizar aquí algunos elementos.

El modelo económico venezolano y en particular el papel que el Estado ha jugado en la economía y en todos los ordenes de la vida cotidiana forma parte de una tradición de muy larga data. Es una herencia de la conquista y colonización, la cual se consolidó e institucionalizó a finales del siglo XIX con Castro y Gómez y conoció su máximo grado de desarrollo durante los últimos sesenta años de la era petrolera. A tal punto es sólido el modelo que puede entenderse como parte de la cultura de toda la sociedad, sus instituciones, las empresas públicas y privadas, la estructura legal y política y el ciudadano común.

En los años del gran “boom” petrolero de los 70’s, cuando los mecanismos de decisión política y la inflación se comieron lo que lucía como la mejor oportunidad material de desarrollo que ha tenido el país, se pusieron de manifiesto las dificultades para continuar avanzando sobre las mismas bases (Pirela, 1983). Ahora bien en 1989, en medio de una abrumadora tendencia mundial, se inició el inevitable proceso de cambio de ese modelo. En ese momento estaba clara la necesidad de abrir la economía, reorganizar y adecentar al Estado, hacer crecer el mercado interno y la calidad de la fuerza laboral mediante una más equilibrada distribución del ingreso, y una reforma y potenciación de las estructuras de formación de recursos humanos; se necesitaba reestructurar y hacer más innovativo, flexible y productivo el aparato productor de bienes y servicios para hacerlo más avanzado y competitivo y, finalmente, pero no menos importante, había que equilibrar los flujos financieros y reconstruir el balance macroeconómico.

Ahora bien, una visión ilusa de los procesos sociales, producto de confiar más en el saber de los manuales de economía que en el saber manejar la economía, pretendió que semejante transformación, realizado además en medio de un grave período de recesión y endeudamiento, pasaría sin graves consecuencias políticas. Por lo tanto, el gobierno iniciado en febrero de 1989 optó por la vía de aplicar solamente la “receta” de los equilibrios macroeconómicos y la baja de los aranceles aduanales para estimular la competencia, en la confianza que las fuerzas del mercado se encargarían del resto. Pero los problemas más de fondo del ajuste estructural de la economía venezolana jamás se enfrentaron. Y, es obvio que hasta que no se planteen y ataquen con acciones específicas los problemas de la producción, no se puede ciertamente hablar de ajuste estructural.

Aquí nos referimos a las modernas necesidades de industrialización-reconversión y, en particular a la necesidad de una política industrial y tecnológica que concerte y coordine, con los empresarios y con las universidades y otros centros de formación de recursos humanos y de creación de conocimiento, las bases y metas de la transformación productiva que necesita el país. Este es especialmente válido en nuestro contexto macroeconómico “imperfecto” de desequilibrios en la esfera interna e internacional, de gran rigidez en la morfología de los mercados, con esquemas más o menos proteccionistas, particularmente en los países más avanzados y con una estructura de producción obligada a responder, además, al tremendo impacto de las “nuevas tecnologías”.

No obstante, insistimos en señalar que el problema no ha sido sólo de un esquema de teoría económica aplicado “a rajatabla”, ni la sola y simple consecuencia de un producto ideológico, comprado por algunos como “listo para llevar”. La elaboración de política industrial y tecnológica ha encontrado en Venezuela obstáculos reales para su construcción. A nuestro modo de ver es muy importante considerar la dramática ausencia de información confiable para producir política y estrategias, así como para programar y tomar decisiones con una razonable comprensión de sus posibles o probables resultados. Una contribución a la solución de ese problema es precisamente lo que nos propusimos llevar adelante hace siete años, cuando iniciamos esta línea de investigación sobre conducta empresarial y cultura tecnológica en el sector químico y petroquímico.

En ese sentido reivindicamos la importancia de un Estado fuerte y capaz de concertar y coordinar acciones con la iniciativa privada para dotar a la sociedad como un todo, de esa capacidad de promover su propio desarrollo y mejorar sus condiciones de vida. Para ello, el conocimiento íntimo de las estructuras de producción de bienes y servicios que posee el país y la identificación de sus capacidades y potencialidades es una tarea ineludible, en donde las universidades y otros centros de desarrollo del conocimiento y formación de recursos humanos tienen un papel importante que cumplir.

Con la mira puesta en estas reflexiones presentamos los resultados de la encuesta realizada a finales de 1992 y su comparación con los resultados obtenidos justo antes de la apertura económica. Pero antes, vamos a resumir un conjunto de elementos de carácter teórico-conceptual, como marco para el análisis de los datos empíricos.

En el desarrollo de esta investigación partimos de una idea básica: las empresas se comportan, en términos económicos, tecnológicos y organizativos, con arreglo a la cultura que poseen en cada una de esas dimensiones. En su conjunto, al menos estas “tres culturas”, forman la Cultura de la Empresa, base de las interpretaciones acerca del entorno y de sí misma. No pretendemos en estas pocas líneas sentar cátedra sobre el tema, pues la CULTURA, así con mayúsculas, es un concepto probadamente difícil de trabajar, en particular si tomamos en cuenta que sólo resumiremos argumentos que están siendo elaborados con mayor extensión.

Nos planteamos una comprensión operativa de lo que queremos entender por Cultura de la Empresa dentro de este trabajo. Desde nuestro punto de vista, la cultura de la empresa, hasta donde es posible la abstracción para identificar los elementos constitutivos que nos interesa trabajar, o que ejercen una influencia en su formación, es producto del juego dinámico entre:

  1. La matriz cultural que incorporan los individuos producto de sus previas experiencias o entrenamiento empresarial, y la cultura de la empresa matriz, cuando ese es el caso.
  2. La influencia que ejerce en el largo plazo el contexto o entorno.
  3. La visión prospectiva de la empresa y sus instancias de decisión.
  4. Las experiencias de aprendizaje de las empresas en cada una de las dimensiones: económica, tecnológica y organizativa.

Ahorea bien, dentro de esta línea de pensamiento es necesario responder las siguientes preguntas: ¿hasta que punto es posible identificar con claridad, como parte de la cultura de la empresa, al menos, una Cultura Económica, una Cultura Tecnológica y una Cultura Organizativa u Organizacional, si así se desea llamar, las cuales se deben expreasr en sus correspondientes Conducta Económica, Conducta Tecnológica y Conducta Organizativa? Por suuesto, también es necesario conocer ¿cuáles son los elementos constitutivos y condicionantes de esas conductas?

Además, en relacióncon la discusión de los problemas relativos al desarrollo de un país o sector industrial, el problema para la elaboración de política y para el trazado de estrategias, tanto en la esfera pública como en el grupo corporativo o en la empresa individual, intentaremos dar cuenta de otra pregunta clave: ¿cómo estimular las mejores prácticas conductuales en cada aspecto de la cultura de la empresa y cómo hacer coherente la interrelación entre ellas?

Hemos señalado en repetidas ocasiones que la cultura de la empresa es la base sobre la cual se construye su conducta. No obstante, hay otros elementos que condicionan esa conducta y, conjuntamente con la cultura, determinan sus ventajas competitivas, para hablar en los términos popularizados por los trabajos de Porter (2).

Es necesario reconocer dos efectos de ese conjunto de elementos condicionantes de la conducta de la empresa. El primero se refiere a la información disponible sobre los mismos condicionantes o derivados de la vinculación formal con ellos, como es el caso de la información que proviene por la vía de las Vinculaciones Técnicas Externas. En este caso estamos hablando de la lectura “culturizada” qe hace la empresa de esa información. Es decir, la empresa tiene una particular forma de leer la información del entorno que soporta en su propia historia y cultura, en su matriz cultural, en sus experiencias acumuladas, etc. En segundo lugar están los efectos reales de esos mismos condicionantes que actúan efectivamente sobre la empresa y la compelen a actuar en una u otra dirección. Veamos esos dos aspectos por separado.

En este último, se incluyen aspectos tales como: actos puros de invención, guerras, decisiones políticas de gobiernos extranjeros, alzas insospechadas de la demanda mundial o regional y otros acontecimientos casuales, fuera del control de la empresa y, sobre todo, fuera de su capacidad de previsión. Ahora bien, desde nuestro punto de vista, también es necesario considerar, tanto capacidades y potencialidades no reconocidas, en la empresa o de orden nacional, como las limitaciones y obstáculos difíciles de identificar.

Aquí nos metemos en un terreno que sólo desea destacar la necesidad de investigaciones y reflexión trascendente. Conocimiento y reflexión social y política que conduzcan a encontrar las piezas de conocimiento capaces de contribuir, a nivel micro, en lo relativo a la empresa, con la explotación de tendencias culturales y conductuales que potencien las ventajas de una empresa, y en lo macro,a la posibilidad de construir un “Proyecto Nacional” que de con la original y correcta combinación de elementos para desarrollar un país. Estos factores aleatorios, por desconocidos en Venezuela o cualquier otro país que no haya logrado el desarrollo, demandan atención y forman parte del roceso. En este campo la lucidez de las élites políticas e intelectuales de una nación y el conocimiento sistemático sobre el país, sus estructuras, y sobre todo de las capacidades y potenciales de los actores claves del proceso de desarrollo industrial, son un aspecto clave que condiciona la conducta de las empresas y con ello el desarrollo y mantenimiento de sus ventajas competitivas.

En definitiva, se trata, tanto para la empresa particular, como para los sectores integrantes de un agrupamiento, y para el país como un todo, de descubrir ese “competitive core”, o ese grupo de elementos inherentes a la empresa, el agrupamiento de sectores o el país que efectivamente podría aportar capacidades y potencialidades innovativas y competitivas. Estos aspectos los queremos incluir en ese gran item de factores aleatorios, casuales o de suerte que, si se logran identificar y explotar adecuadamente, determinarán y condicionarán una conducta activa en las empresas, para hacerlas y mantenerlas competitivas.

A continuación nos concentramos en los aspectos más directamente concernientes con la conducta tecnológica. Los trabajos de Darwich O. (1993), García G. (1993) e Iranzo (1993), se centran en lo relativo a recursos humanos, mercado de trabajo y gestión de la mano de obra: aspectos centrales de la dimensión organizativa de la empresa.

Podemos afirmar que en la materia tecnológica, como en otras, la diferencia entre las empresas de países más o menos desarrollados es un asunto de proporciones. En los países y sectores industriales más avanzados la Cultura Tecnológica de las empresas determina una conducta más atenta a los aspectos de la competencia tecnológica y, en general, al desarrollo y uso del conocimiento científico y tecnológico como factor de producción. Por eefcto del tiempo y muchos otros factores, tales como las determinantes tecnológicas de la rama o sector, la sinergia de acciones entre Estado y la conducta privada y algunos otros elementos de carácter muy aleatorio, los que en su conjunto pudieran identificar como un “Proyecto Nacional” y un modelo exitoso de desarrollo, han construido un patrón de conducta en un alto número de empresas, el cual se manifiesta en tendencias más pro-activas. En estos casos, los estímulos externos, la política del Estado y el contexto macroeconómico logran en las empresas efectos más rápidos con niveles de intervención más indirecta.

Por el contrario, en los países y sectores industriales en donde la Cultura Tecnológica de la empresa está, en general, menos desarrollada, su conducta es menos atenta a la tecnología como factor de competencia y, además, la dinámica del cambio tecnológico del sector o rama es menos intensa; entonces, los estímulos externos que pretendan promover la capacidad innovativa de las empresas, deben ser más directos e intensos, pues la reacción será más lenta. (3) En pocas palabras, la cultura tecnológica de las empresas, que es el verdadero substrato en donde se construye la capacidad de responder a los desequilibrios tecnoeconómicos que se producen en el contexto donde actúa, es débil ante las presiones de responder con criterios económicos de corto plazo. Por tanto, una política de promoción de la competitividad, en su dimensión tecnológica, debe apuntar en lo fundamental a la construcción y desarrollo de una cultura tecnológica en la empresa, capaz de entender y traducir en acción, el papel de la tecnología en la competencia.

Obviamente, estamos haciendo una caracterización mucho más amplia y completa del desarrollo de las empresas que la simple consideración del tamaño o poder, medido por el número de empleados, las ventas, los activos, o la proporción de mercado que controlan. Por lo tanto, estas consideraciones tienen tremendas implicaciones, particularmente en materia de definición de política industrial y tecnológica, bien del Estado o de un grupo corporativo.

Por otra parte, basados en los resultados de la encuesta de 1988, y ratificados con los del 92, afirmamos que: para un momento dado no necesariamente existe relación clara y directa entre la conducta tecnológica de las empresas y su “performance “ económico. Es decir, después de construir la taxonomía de la industria química para 1988, a la cual nos referiremos en detalle algunos párrafos más adelante, en la cual identificaos tipos de empresas por sus capacidades y potencialidades innovativas y sin considerar variables de carácter económico, encontramos que no existía correlación válida entre la eficiencia económica de las empresas y el mayor o menor nivel de potencial tecnológico de cada uno de los tipos de empresas identificados.

En consecuencia, una empresa de escasa o pobre cultura tecnológica, estará menos inclinada a reaccionar ante desequilibrios (como por ejemplo: la caída violenta de las ventas) con decisiones que potencien sus capacidades tecnológicas en el largo plazo. Su reacción primera será enfrentar en el corto plazo los desequilibrios económicos con decisiones sobre precios, costos y volúmenes de producción; pero también con cortes en los volúmenes de inversión en Investigación y Desarrollo, afectando la esfera tecnológica y con cortes en los volúmenes de empleo, así como con otras medidas que influyan, aunque sea indirectamente, sobre los sueldos y salarios y los ritmos de trabajo, en este caso afectando la esfera organizativa.

Probablemente, de este tipo de empresas con débil cultura tecnológica y débil cultura organizativa, obtendremos similar reacción en períodos de crecimiento de las ventas, salvo que de signo contrario: incremento en los volúmenes de inversión en I&D y en empleo, mejoras de sueldos y salarios y ritmos de trabajo menos dañinos para la reproducción de la fuerza de trabajo.

De este modo, si el período de prosperidad es prolongado se irán construyendo capacidades innovativas y de aprendizaje tecnológico y también organizativo: particularmente, prestando atención a la educación, capacitación, entrenamiento del personal y a la creación de mercados internos de trabajo. Estas experiencias de aprendizaje sabemos que retroalimentan la cultura organizativa y tecnológica de la empresa y, si los demás elementos que contribuyen a la conformación de la cultura de la empresa, así como los condicionantes de la conducta empresarial y de las ventajas competitivas actúan en la dirección correcta, entonces esas empresas podrán, en el largo plazo desarrollar una conducta cada vez más activa en lo tecnológico y en lo organizativo.

Ahora bien, la falta de relación clara entre las capacidades tecnológicas de una empresa, y más precisamente, entre una conducta tecnológica determinada en un momento dado (sea por ejemplo la situación descrita en 1988, cuando construimos la taxonomía de la conducta tecnológica de la industria química venezolana), no quiere decir que, si se examina la evolución de las empresas en el largo plazo, no sea posible identificar con claridad tendencias de crecimiento en los indicadores económicos de las empresas con una cultura tecnológica y una capacidad innovativa desarrollada y con una Conducta Tecnológica Activa. Ciertamente este es el caso entre la mayoría de los grupos corporativos del sector químico nacional, cuyo comportamiento y cultura tecnológica es muy elevado, para standards venezolanos.

Entender el sentido de este subrayado final es muy importante. Las empresas venezolanas, ciertamente las que han integrado nuestra muestra en el 88 y en el 92, son estructuras industriales que nacieron y se desarrollaron, durante un muy largo período de tiempo, dentro de un modelo de protección estatal exagerado. Además, prácticamente no conocían crisis importantes, ni siquiera después de la caída de los precios del petróleo y la devaluación de 1983, pues continuaron altamente protegidas. Por lo tanto, la cultura de esas empresas es una no acostumbrada a enfrentar grandes retos económicos con nada distinto que medidas de corto plazo. Por si fuera poco, una parte importante de las capacidades tecnológicas desarrolladas durante ese tiempo eran en muchos sentidos signos de prestigio más que expresión de verdaderas estrategias de competencia tecnológica. Sobre este aspecto dimos cuenta en la encuesta del 88, cuando señalamos con una metáfora sobre las “unidades de I&D de corbata”, el carácter poco estructurado dentro de la conducta y cultura de las empresas, de las actividades de I&D y sus unidades formales.

* Profesor investigador del Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES) de la UCV. Coordinador General del Proyecto Internacional sobre "Conducta Empresarial y Cultura Tecnológica en América Latina"

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