Espacios. Vol. 3 (1) 1982. Pág 7

Información tecnológica para la integración andina

Judith Sutz*


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“Durante las dos últimas generaciones la industria del conocimiento -creación, producción, transmisión, evaluación y uso de la información, conocimiento y sus respectivas técnicas y tecnologías- ha devenido dominante, primeramente y sobre todo en los países de la OECD, siendo el sector de producción social en más rápido crecimiento por comparación con la manufactura, la agricultura y los servicios” (1)

1. ¿Una nueva definición de subdesarrollo?

El ritmo al que crecen los trabajos dedicados a reflexionar, analizar, medir el impacto de las nuevas tecnologías informáticas sobre el conjunto de la sociedad es realmente acelerado, al menos en los países desarrollados. En general estos trabajos centran su atención en las modificaciones producidas o esperadas en dichos países: por ejemplo, el informe Nora-Minc en el caso francés, o la miriada de textos que analizan la evolución de los métodos de gestión en las macro-empresas, sistemas administrativos estatales, etc.

Esta preocupación puede rastrearse desde hace unos quince años, después de la introducción comercial de las computadoras, que tentativamente puede situarse a principio de la década del 50.

Actualmente, el marco geográfico de dicha preocupación se va ampliando, para incluir a los países del Tercer Mundo. Esta “mundialización” de la reflexión podría explicarse en buena parte por la propia evolución de la tecnología. Mientras sólo se tratara de abrir los mercados periféricos a las computadoras, este comercio podía no merecer más atención que la dedicada a cualquier otro tipo de mercancía. Pero el desarrollo explosivo de la telemática -satélites, informática distribuida, redes de datos- ha interconectado el planeta en forma aún más estrecha e íntima de lo que ya estaba con los métodos “tradicionales” de comunicación.

Y los países del Tercer Mundo son -entre otras cosas- sede de las filiales de las empresas transnacionales, usuarias privilegiadas de estas nuevas tecnologías.

Tecnologías que requieren de sofisticadas infraestructuras e importantes inversiones -a ser provistas por los estados nacionales- así como de la buena voluntad gubernamental para internacionalizar esa parte intangible de su soberanía que consiste básicamente en información.

La preocupación que en los países desarrollados se tiene por esta nueva modalidad de la interdependencia es bien grande por cierto y se expresa de diversas formas. Una de ellas tiene que ver precisamente con los problemas del desarrollo, cosa perfectamente lógica. Si, como se lee al comienzo, la industria del conocimiento a pasado a ser dominante en los países industrializados -quienes además poseen el monopolio de sus nuevas infraestructuras productivas- podría decirse que esta industria los caracteriza. De allí el interés en redefinir la condición de “desarrollados” y con ello la propia noción de desarrollo.

Un intento de redefinición de ese tipo puede encontrarse en el Simposio, organizado por el Centro para el Desarrollo de la OECD de junio de 1980, sobre “La industria del conocimiento y el proceso de desenvolvimiento”. El título de la reunión, acerca de la “Knoledge industry”, es lo suficientemente amplio e inexplícito como para permitir que el delegado por Venezuela fuera el Ministro para el Desarrollo de la Inteligencia. Pero algunos trabajos presentados allí contienen análisis y propuestas mucho menos folklóricos que todo eso.

En particular, incluyen una redefinición -al menos en lo formal de subdesarrollo, que permite ofrecer los productos de la industria del conocimiento como remedio cabal para sus males.

Tomemos un ejemplo. “Dejando fuera el factor suerte, todas las fallas -incluyendo las fallas del desarrollo- son el resultado de fallas en la inteligencia social” (2).

Amén de discrepancias, esta afirmación suscita asombro. Sin hablar ya de este nuevo deus-ex machina en que parece haberse convertido la “inteligencia social”, nos encontramos nuevamente con que el subdesarrollo es una falla del desarrollo.

Seguramente el autor del trabajo conoce la extensa reflexión latinoamericana sobre el problema. Esta, más allá de la multiplicidad de las apreciaciones, coincide en que desarrollo y subdesarrollo no son categorías singulares analizables país por país, sino que sólo adquieren pleno significado en el marco internacional, donde no representan etapas sucesivas, sino simultáneas e interdependientes de un mismo proceso histórico.

Cualquier reflexión seria y renovadora sobre el problema de las desigualdades nacionales podrá discrepar, con todas o parte de esas conclusiones, pero difícilmente podrá ignorarlas, aunque no más sea porque significan más de treinta años de estudios generados al interior de la realidad bajo análisis.

Por eso asombra re-encontrar, sin argumentos esgrimidos a su favor, como si no hubiese sido objeto de las más extensas y documentadas críticas la vieja y estática definición: subdesarrollo es ...fallas en el desarrollo.

Pero si los argumentos faltan, los calificativos sobran. Es así que en el mismo trabajo encontramos -por cifrar sólo uno- pasajes así:

“Hasta ahora, la única manera conocida de incrementar la productividad de los países subdesarrollados, de mejorar su “calidad de vida” plagada de pobreza, hambre, ignorancia, injusticia social es promover un cambio rápido y radical en la distribución de su fuerza de trabajo creando nuevos sectores productivos similares a los de los países desarrollados. Esta transformación en el trabajo de millones de personas requiere cambios profundos en su manera de vivir, en su cultura: se hacen necesarias nuevas actitudes frente a actividades crecientemente basadas en la ciencia, lo cual implica no sólo nuevas aptitudes sino sobre todo nuevos valores: puntualidad, precisión, orden, responsabilidad, inventiva, cuestionamiento, etc. En algún sentido, entonces, la vieja cultura es el principal enemigo interno del desenvolvimiento”. (3).

Otra vez la vieja, cómoda -y de paso un poquitín racista- tesitura: somos subdesarrollados por culpa nuestra.

A tal diagnóstico, tales soluciones: “El desarrollo tenderá a convertirse en una revolución cultural, una ‘guerra’ llevada a cabo por ‘otros’ medios, no violentos: por medio de los recursos cognoscitivos de todos los sistemas sociales” (4).

Es difícil no ceder a la tentación de dejar de lado todo el planteo, por lo superficial y casi frívolo de su enfoque. Dos razones obligan a no hacerlo.

En primer lugar, que proviene del “mundo desarrollado”, donde existe el poder para sugerir, presionar o imponer, así como implementar, soluciones concebidas a la luz de esos enfoques. Que no son menos ejercicios teóricos su contracara práctica, es la venta de equipos -infraestructura de comunicaciones, satélites, etc.- de asesorías técnicas y de todo aquello que acompaña la onda expansiva de un producto nuevo.

Una vez más, la irracionalidad general del sistema se refleja en su tecnología: primero se crean los productos y luego hay que encontrarles usos y mercados: ¿Será ese un objetivo menor de esta “nueva” “teoría” del desarrollo?

Una segunda razón para no subestimar la importancia que pudiera tener este planteo es que, a pesar de lo endeble de su formulación, aparecen en él cuestiones que tocan muy centralmente problemas fundamentales del momento. Tentativamente, a modo de hipótesis, podría pensarse que los esfuerzos por extender la informatización de las sociedades desarrolladas al conjunto del planeta persiguen el afianzamiento del liderazgo político y económico de los países centrales, a través de una nueva modalidad de dependencia, de una nueva asimetría, que colabore a mantener todas las anteriores. ¿Por qué la informatización, o más en general, la industria del conocimiento podría jugar ese papel?

Cabe aclarar que no es la informatización en sí, por sus características propias, la portadora del virus de la dependencia. Por el contrario, entendida en el sentido más amplio del término y ubicada en una sociedad auténticamente libre y democrática puede convertirse en la precondición técnica de un impresionante desarrollo de la creatividad humana.

La pregunta entonces habría que formularla así: ¿Por qué, sobreimpuesta a relaciones internacionales signadas por asimetrías y dependencia, la informatización global colabora a reforzar esas relaciones?

Una primera razón tiene que ver con una observación seguramente trivial: lo que realmente importa -en lo político, económico, científico o tecnológico- no es la información o conocimiento en sí, en bruto, sino la capacidad de usar dicha información o conocimiento en el logro de algún objetivo. Esta capacidad o “know-how” extendido a todo tipo de actividades, no solamente industriales -que es una voraz consumidora de información- se encuentra muy desigualmente distribuida en el mundo. Y lejos de intentar uniformizar esa capacidad para utilizar información, los países en los que se concentra se oponen activamente a que las desigualdades disminuyan. Los fracasos de las conferencias Norte-Sur en materia de transferencia tecnológica son un buen ejemplo de ello.

Pretender entonces que la “informatización” de las sociedades periféricas -acceso a bancos de datos, computarización, filiación a redes informativas internacionales, etc.- es una vía segura y expeditiva hacia el desarrollo es algo así como suponer que un analfabeto se convertirá en hombre de amplia cultura académica porque a su disposición se ha puesto un excelente, la mejor biblioteca.

Pero la informatización concebida como mecanismo clave para el desarrollo no conduce sólo a una ilusión, a un espejismo.

A medida que se internacionalizan las infraestructuras telemáticas el “mundo se vuelve transparente”, inmensos volúmenes de datos reproducen todos los aspectos imaginables de su fisonomía y la de sus habitantes.

Sin embargo, la analogía es mentirosa. Salvo para un hipotético observador situado fuera del mundo-, más que transparente, el mundo se vuelve uno de esos espejos usados para observar sin ser visto: transparente en un sentido y opaco en el otro. Ya que la transparencia no resulta sólo del acceso a la información- de por sí desigualmente distribuido- sino de la capacidad para utilizarla.

Aunque la terminología se renueve no estamos en presencia de un nuevo análisis, de una nueva definición de subdesarrollo. Y como argumentaremos más adelante, las soluciones propuestas para salir de él, aunque vistan modernos ropajes informáticos, son también viejas. Viejas en un aspecto esencial: hacen de los programas de desarrollo una herramienta ideológica y práctica al servicio de la conservación y reforzamiento del satus-quo actual.


* Investigadora del área: Ciencia y Tecnología del CENDES, UCV.


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