Espacios. Vol. 3 (1) 1982. Pág 8

Información tecnológica para la integración andina

Judith Sutz*


2. Nuevas tecnologías y dependencia.

Aunque esté muy groseramente bosquejada, la situación descrita permite esbozar una respuesta al interrogante sobre informatización y dependencia.

Parece claro que el conocimiento cabal y permanentemente actualizado en torno a recursos materiales, materias primas diversas, condiciones ambientales, estructuras jurídicas, crediticias, arancelarias, costos comparativos de mano de obra, características de los mercados locales, etc. etc. deviene herramienta fundamental en la planificación de las actividades de las grandes empresas multinacionales, permitiendo su máxima integración vertical y facilitando la expansión geográfica de su producción. Demasiado conocido es el mecanismo de expoliación que la inversión directa extranjera significan para los países del Tercer Mundo como para abundar en tomo a eso. En todo caso es legítimo concluir que un poder económico y expansión geográfica acrecentrados de las multinacionales, sin contrapartidas del lado de los países receptores refuerza uno de los nudos más estrechos de la dependencia.

Y esa contrapartida -sin duda posible en términos políticos- poco podrá esperar de la informatización en sí.

Esta quizás colabore en la mejora de las condiciones de negociación de los países periféricos, ampliando información sobre antecedentes contractuales, características de la oferta de ciertos productos industriales o fluctuaciones de la demanda en los mercados centrales. Pero no es necesaria una tecnología tan poderosa como la telemática para cumplir esas funciones -la tecnología resulta así altamente subutilizada- ni éstas han probado ser la vía para superar las desigualdades nacionales.

La “informatización global” parecería reproducir así, ampliándolas, desigualdades que la preceden. (5).

La asimetría en la capacidad de tratamiento y utilización de la información hace prever que otras formas de dependencia -pre-existentes a la telemática, sin duda- se robustezcan, a través de una tecnificación que enmascare, además, su verdadera naturaleza.

Esto se relaciona con la mercantilización creciente de la información. Más allá de que en el pasado diversos tipos de informaciones fueran objeto de intercambio, es recién con la teleinformática que la información entra en el circuito comercial como una mercancía más. Con esto no sólo se quiere decir que la información es parcelada en unidades standard, de costo prefijado según las características de transmisión, como si fuera un automóvil embarcado en Hamburgo con destino a Caracas. Sino que su producción y distribución se parecen progresivamente a la de cualquiera otra mercancía. Por ejemplo, porque las etapas de producción y de distribución se van separando: en 1979 había en EE.UU. más de 50 empresas “manipuladoras” de datos -de las que el 93 por ciento eran Sociedades privadas- de las cuales sólo el 27 por ciento comercializaba datos generados por ellas mismas. El resto cargaba datos en un “computador-huésped”, y los vendía: casi como cualquier comerciante exportador.

El volumen de este negocio no es nada despreciable: en 1977 en EE.UU. se procesaban 2 millones de consultas, a un costo que variaba entre 40 y 300 dólares, estando estimado el mercado potencial en 80 o 100 millones de consultas por año (6).

Esta comercialización de la información hace pensar en una analogía, posiblemente pobre, pero aún así sugerente. ¿No repetirán los intercambios informáticos entre países industrializados y periféricos las características del intercambio “clásico” de mercancías? Según esto el Tercer Mundo proveería de “materias primas” o datos brutos a un “Sistema productivo” en que son ordenados, transformados y utilizados en la elaboración de “bienes manufacturados” que bajo la forma de experticia técnica, programas educativos, control de población, de seguridad militar, etc. vuelven al Tercer Mundo. Sería un programa de investigación apasionante conseguir evidencia empírica en torno a la afirmación que antecede. Y para un caso al menos -el de la experticia técnica- es posible aportarla desde ya. En Venezuela, tanto en el sector petrolero como en el siderúrgico hay claros ejemplos de este tipo de intercambio desigual de información.

Toda información relacionada con yacimientos, perforación y diversas etapas de elaboración del petróleo es transmitida desde Venezuela a un banco de datos de EE.UU. a través de una red particular de las empresas petroleras. Allí, en computadores gigantescos, totalmente fuera de escala para las necesidades venezolanas, se procesan muchos de los cálculos claves para la industria, por ejemplo, perfil de yacimientos, etc. Y en el complejo siderúrgico de Guayana, las plantas productivas, más allá de su enclave geográfico y aún de su régimen de propiedad -mayoritariamente nacional- conservan un cordón umbilical tecnológico, vía telex con las empresas extranjeras que proveyeran las patentes de producción. De las acerías, se envían, por ese medio, todos los datos de producción relevantes y la descripción de las fallas técnicas, se procesan fuera y vuelven transformados en recetas para subsanar los problemas. Más en general, la asimetría en el intercambio informativo vinculado a problemas tecnológicos se hace norma habitual y explícitamente establecida entre filiales y casas matrices de empresas multinacionales.

Nada de esto es nuevo: con otras modalidades operativas lo esencial del fenómeno se viene repitiendo desde mucho tiempo atrás.

Lo que introducen las nuevas tecnologías es un impresionante incremento en la potencia del mecanismo, permitiendo que los centros de decisión obtengan enormes volúmenes de información permanentemente renovada y la procesen y devuelvan en tiempo real, anulando prácticamente distancias y retrasos.

De este modo la tecnología acelera la transformación de las diversidades productivas y geográficas en una unidad económica singular, concentrándose aún más el poder en el centro de decisión matriz.

El tecnológico está lejos de ser el único campo en el cual la informática presta músculos a situaciones prevalecientes de asimetría y dependencia.

En este sentido, quizás el caso más resaltante sea el de la comunicación masiva, al cual se le ha dedicado, y con justicia, preponderante atención en el Tercer Mundo.

Al formular la hipótesis de que en la situación actual la informática se ha transformado en una poderosa herramienta de dominación estamos de hecho suponiendo que su influencia se extiende más allá de lo técnico o de lo comunicacional al conjunto de las actividades sociales. Esta afirmación exige ser confrontada con evidencia empírica. Para la “dominación externa” se hace preciso estudiar, por ejemplo, las modalidades que adoptan los convenios de cooperación -educativa, sanitaria, militar- para la “interna” las modificaciones en los mecanismos de control social, entre otros. Pero uno se plantea estos análisis, proponiéndose estudiar los renovados mecanismos de la dependencia, porque cree que va a encontrarlos. Y esta convicción se basa no en la existencia de una revolución tecnológica que todo lo modifica, sino en la permanencia de una relación política, el imperialismo, que, parafraseando a Magdoff, encuentra en las nuevas tecnologías una estructura y una ocasión para acrecentar su poderío. (7).

Recordemos que la informática y la telemática devienen posibles por la aparición del computador, herramienta cuyo surgimiento histórico Joseph Weizembaum caracteriza así; “Las corporaciones americanas se enfrentaban a un problema de “Comando y control” similar al que confrontaba su contraparte militar. Y, al igual que el Pentágono, estaban diversificándose e internacionalizándose. Tareas de cómputo de una magnitud y complejidad sin precedentes esperaban a la sociedad americana al finalizar la Segunda Guerra Mundial, y el computador, “casi por milagro”, llegó justo a tiempo (8). ¿Habrán llegado la informática y la telemática “justo a tiempo” para algo? La respuesta a esto exigiría una descripción, ya no local, sino global del funcionamiento del sistema capitalista. Pero dos cosas son seguras. Primero, que el desarrollo de estas tecnologías ha sido guiado por intereses imperialistas (9): por su lugar de origen, por quienes lo financian, por quienes los usufructúan. Y segundo, que por ser más universales y generales su campo de aplicación es también más universal y general. No caben entonces frente a ellas ni frente a la que hoy se presenta como su síntesis, la “industria del conocimiento” actitudes ingenuas, tan comunes a la divulgación científica o a la ciencia ficción, del estilo que gracias a la telemática la democracia planetaria está a las puertas, o que -como apareciera recientemente en un artículo periodístico (10) para el Tercer Mundo esa podría ser una solución viable, a diferencia de la utópica industrialización (10). Y en caso de tenerlas los únicos ingenuos seríamos nosotros. Prueba de ello es el siguiente pasaje del trabajo de Dedijer, ya aludido. “Mi segunda hipótesis básica es que los países menos desarrollados tienen poco y usan poco de los recursos básicos de inteligencia construídos por el hombre. Esta simetría en el conocimiento inteligente para el desarrollo, unido al creciente poder político de los países menos desarrollados vuelve vulnerable e inestable a la comunidad entera y sobre todo a los países de la OECD, incluyendo sus valores. Las palabras de Mc Namara –“los ricos y poderosos tienen que ayudar a los pobres y débiles”, 1979- no deben ser entendidos como un sueño utópico, sino fundadas en intereses básicos de la OECD. El desarrollo de una inteligencia nacional en los países menos desarrollados es una herramienta para prevenir el crecimiento de tendencias que amenazan apagar los valores que han hecho de la OECD la comunidad más innovativa y poderosa de la tierra”( 11 ).

Disgresión 1. la inteligencia como solución.

La cita anterior culmina con una pregunta: “ ¿Cómo hacerlo?”, cuya respuesta, “La ingeniería social de la inteligencia” es el título del parágrafo siguiente. Muchas de las cosas que allí se dicen (12) son sensatas y compartibles. Por ejemplo, que no es razonable que un país que extienda su control marítimo a 200 millas carezca de un técnico pesquero, como tampoco lo es que un país que produce azúcar no procure estar al tanto de toda la información posible sobre el mercado comercial y tecnológico de ese producto.

Esas observaciones, y tantas otras de ese tenor que pudieran hacerse, con ser correctas, no aportan nada de nuevo. Ni en el señalamiento de carencias de ese tipo, ni en adjudicarles -con justicia- mucha importancia. Por citar sólo un caso, hace ya diez años, A. Herrera en su libro “Ciencia y Política en A. L.” denunciaba que no existía en el Sub-continente un solo mapa geológico global -aunque sí los había en EE.UU. a pesar de ser América Latina un exportador neto de productos del subsuelo. Lo que sí resulta nuevo es proponer que la superación de esas carencias, de esas “fallas en la inteligencia”, es la solución del subdesarrollo (13). Entre los presupuestos implícitos de este enfoque -que ignora deliberadamente lo social y lo político- se destacan dos. Por una parte, que si se ignoran algunos aspectos de la realidad, esto se debe a que no se comprende la importancia de conocerlos: el asesor inteligentólogo llamará la atención sobre el punto y se procederá así a su estudio. Y por otra, que luego de logrado el conocimiento se está de hecho al final del camino: su aplicación práctica no parecería ofrecer obstáculos dignos de mención. Si ambas cosas fueran ciertas, el “enfoque de la inteligencia” sería una ayuda para el desarrollo. Pero ambas son falsas. Y en el fondo por una misma razón, porque el desconocimiento de diversos aspectos de la realidad es funcional a una política que no se propone modificarlos o que, decidida por fuera del marco nacional, usa sus propias fuente de conocimiento como insumo.

No es casual, ni producto de una “falla de la inteligencia” que en Venezuela el Estado desconozca absolutamente las características del mercado privado de computación e informática: responde a que no se propone hacer nada al respecto. En cambio EE.UU. que sí se propone intervenir en él, tiene “piezas de inteligencia” completísimas sobre sus características. Y Brasil, que pretende dirigir su inserción en las nuevas tecnologías, actualiza cada seis meses su inventario de equipo informático, dedicando grandes esfuerzos a tener una “inteligencia” completa del problema.

Por otra parte están las piezas de, “inteligencia” que, generadas fuera del sistema de poder, son desechadas. Por ejemplo, los estudios sobre telecomunicaciones que hicieran los profesionales de la CANTV.

A pesar de todo, el énfasis puesto en la necesidad de conocer tantos aspectos específicos de la realidad nacional como la forma en que ellos se insertan en el contexto internacional es muy correcto y compartible.

Pero no hay que olvidar que la voluntad de conocer, por no hablar de la voluntad de transformar, es eminentemente política, y no serán precisamente los inteligentólogos quienes la invoquen.

Disgresión 2. Sobre los fracasos de los asesores

En el trabajo de Dedijer se plantea lo que el autor llama el “Problema del cerdo”, una anécdota que a su juicio ejemplifica el tipo de dificultades con las cuales se topan los asesores para el desarrollo. Un experto noruego en cuestiones porcinas intenta sin éxito transferir sus conocimientos a un grupo de trabajadores y criadores en Jamaica: éstos se desinteresan completamente de la experiencia, e incluso dejan morir al cerdo campeón, criado con las nuevas técnicas.

El problema de la resistencia a la modernización es sin duda un problema grave en la transformación de sociedades atrasadas. En que “modernización” y “atraso” no tienen porqué estar referidas a todos los aspectos que caracterizan a los países desarrollados, sino sólo a aquellos que se consideren deseables (14), y eventualmente a otros, aunque en los países desarrollados no existan.

La cuestión, planteada con esta generalidad me resulta inabordable. El enfoque de Dedijer merece sin embargo algunos comentarios.

— A este autor no le interesa señalar a que tipo de trabajador se refiere el problema del cerdo. Ser dueño de la granja o peón parecería así no incidir en las actitudes finales. Cabría preguntarse que interés puede tener un hombre, mal pagado y mal comido, en colaborar en un proceso en el cual un animal recibe muchos más cuidados y atenciones que él mismo o sus hijos, cuando además su magra paga no aumentará por eso y los beneficios irán a engrosar la bolsa de su patrón.

Las relaciones sociales nada tienen que ver: según este enfoque “el problema consiste en superar las restricciones culturales al aprendizaje”.

— En el mismo orden de cosas, al autor tampoco le interesa describir los niveles socioculturales de la población en la cual el intento de transferencia tecnológica se hace. Analfabetismo, carencia de atención médica, etc. no constituyen parte de la explicación del fracaso en implantar delicadas técnicas de inseminación artificial. La cuestión es que la gente “habituada a viejas ideas y hábitos, partes integrales de su cultura” cambie hacia “modernas y nuevas formas de pensamiento, de comportamiento y de uso del conocimiento”.

— Por último, cabe destacar que existen ejemplos de saltos cualitativos masivos en los niveles de alfabetización, hábitos sanitarios, etc. de enormes, contingentes de población. Sin duda estos ejemplos constituyen un éxito de “inteligencia social”, en cualquier acepción que de ésta se tenga, y en particular en la que la vincula directamente al desarrollo.

El caso de la campaña de alfabetización cubana es quizás el más impactante que pudiéramos citar. Y muestra hasta que punto la “inteligencia social para el desarrollo” no es un problema de inteligentólogos sino de opciones políticas asumidas colectivamente (14).

3. El Enfoque Pragmático

El enfoque informativo-cognoscitivo del desarrollo se presenta bajo dos formas.

En una de ellas –la que hemos comentado hasta ahora- se diagnostican fallas en el desarrollo atribuibles a la falta de información o conocimiento. La atención se centra en mostrar cómo la adquisición de esos recursos, escasos o inexistentes, puede efectivamente constituir una política exitosa.

La otra forma aborda el problema desde afuera: la infraestructura existe -computadoras, redes de datos, satélites-, y si bien hasta ahora ha sido usada casi exclusivamente en el marco de países altamente industrializados, necesariamente se va a extender su impacto al conjunto del planeta, y en particular a los países subdesarrollados. Habida cuenta de este hecho, se trata de mostrar las extraordinarias ventajas que conllevan para el desarrollo.

Y las que vaticina Yoneji Masuda (14) en su trabajo “A new era of global information networks - its impacts on developing countries” son realmente extraordinarias: “rápida mejora en los niveles de atención médica y de educación; el estrechamiento y aún desaparición del doble foso informativo-tecnológico y la formación de un nuevo orden internacional” ( 15).

No vale la pena abundar en consideraciones que ya fueron hechas, del estilo de que el raquitismo, antes que computadoras y satélites necesita buena alimentación. Y que el problema de la alimentación -ni siquiera buena, alimentación simplemente- no es fundamentalmente cultural ni tecnológico, sino político. Y que los aspectos culturales y tecnológicos, que indiscutiblemente existen, tratados aisladamente sólo pueden conducir al fracaso de las salidas que eventualmente se implementen.

Dedijer da el ejemplo del cerdo: un caso más significativo es el fracaso del proyecto de alfabetización por satélite que emprendió el gobierno brasileño para la paupérrima zona del noreste.

Pero el éxito o el fracaso de los GMS y GES -global medical systems y global education systems- (16) al menos desde el punto de vista de quienes los proponen, no puede inferirse solamente del cumplimiento o no de sus promesas: otros factores intervienen y bastante explícitamente.

Entre ellos se destaca la necesidad de dotar a los países subdesarrollados de infraestructura telemática. Este es un campo en el que la iniciativa privada no alcanza: hace falta la acción del Estado. Hoy por hoy cualquier particular puede adquirir y utilizar un computador: alcanza con conectarlo a la red nacional de energía eléctrica. Pero si quiere alimentarlo con un flujo de datos almacenados fuera de sus fronteras tendrá que esperar la creación de redes específicas.

Y salvo muy contadas excepciones -es el caso de EE.UU. y la gigantesca empresa privada ATT- el servicio global de telecomunicaciones es monopolio estatal.

Parece lógico inferir que la jurisprudencia que otorga dicho monopolio al Estado se irá ampliando para incluir a las nuevas modalidades que la técnica va incorporando a las telecomunicaciones, en particular a la telemática. Por lo tanto las negociaciones dirigidas a crear e interconectar la infraestructura telemática deberán ser conducidas ante los gobiernos nacionales. Programas como los GMS y GES sólo pueden ser instrumentados por los gobiernos: a ellos se dirige entonces la propuesta, que promete en el mediano plazo terminar con el analfabetismo y la lepra, pero sin olvidar “que la introducción de GMS y GES en países en desarrollo promoverá en ellos la formación de infraestructuras de información” (17). No parece por cierto ser ésta la menor de las funciones de los sistemas globales.

Que, si nos atenemos a lo que dice Masuda, están ya a las puertas, dado que “todos los problemas técnicos relacionados con el hardware, incluyendo computadoras y satélites de comunicación y el sofware vinculado con los sistemas operativos ya han sido resueltos para ese propósito” (18). La necesidad de involucrar al Estado como interlocutor obligado para el logro de “ese propósito” es seguramente parte importante en la explicación de porqué esta ofensiva comercial adquiere la peculiar presentación de propuesta general para el desarrollo.

Sin embargo, sería de un maquiavelismo excesivo suponer que los sistemas telemáticos de ayuda a la salud, la enseñanza o la información son en realidad sólo un pretexto para la creación de infraestructuras comunicacionales. Tienen mucho de eso, pero también se espera sean útiles en sí mismas. Y en problemas que constituyen preocupación central de los países desarrollados. Creo que el siguiente párrafo no merece mayores comentarios: “La introducción de un “sistema Médico Global” en áreas remotas tendrá temporariamente un efecto negativo, ya que mejorará la salud de la gente en los países en desarrollo y alargará su esperanza de vida. Pero por otra parte, los mejores niveles de educación harán crecer la comprensión de la necesidad de controlar la explosión demográfica” (19).

Masuda afirma que los proyectos de cooperación internacional se están plegando actualmente a la concepción “informática del desarrollo. En efecto, de privilegiar convenios de apoyo a la industria se estaría pasando a ofrecer asesoría y financiamiento para la creación de sistemas globales de información.

Este es un indicador adicional de la importancia que los países desarrollados adjudican a la informatización del Tercer Mundo en el esquema actual y futuro de las relaciones internacionales.


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