ISSN-L: 0798-1015 • eISSN: 2739-0071 (En línea)
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Vol. 42 (24) 2021 • Art. 1 (Especial Publicaciones académicas y COVID-19)
Recibido/Received: 20/12/2021 • Aprobado/Approved: 22/12/2021 • Publicado/Published: 30/12/2021
DOI: 10.48082/espacios-a21v42n24p01
Ciencia abierta en América Latina: repensar la
interdependencia dinámica entre las ciencias y la sociedad
Open science in Latin America: rethinking the dynamic interdependence between science
and society
MARTINOVICH Viviana
1
Resumen
A partir de repensar la noción mertoniana de “interdependencia dinámica” entre las ciencias y la
sociedad, este texto se propone abordar dos procesos contrapuestos de las últimas décadas: mientras
las políticas europeas ponen en cuestionamiento múltiples aspectos de la cultura científica industrial a
través de la noción de ciencia abierta, en América Latina, se refuerzan nociones de impacto que
ponderan las lógicas monopólicas que primaron durante la segunda mitad del siglo XX.
Palabras claves: ciencia abierta, cultura científica, industrialización de las ciencias, américa latina
Abstract
Starting from rethinking the Mertonian notion of "dynamic interdependence" between science and
society, this text aims to address two opposing processes of recent decades: while European policies
question multiple aspects of industrial scientific culture through notion of open science, in Latin
America, notions of impact are reinforced that weigh the monopolistic logics that prevailed during the
second half of the 20th century.
Keywords: open science, scientific culture, industrialization of sciences, latin america
1. Introducción
Desde el surgimiento de las ciencias modernas en el siglo XVII hasta la actualidad, la escritura, la publicación y,
sobre todo, la puesta en circulación de sus textos ha permitido el diálogo público que las ciencias entablan en el
plano narrativo, diálogo sobre el cual se han cimentado las distintas tradiciones y corrientes de pensamiento. Las
disputas en las múltiples intermediaciones que operan desde la escritura de un manuscrito a su apropiación
social, son tan solo una parte de las diversas dimensiones de la relación ciencias-sociedad, que ha tenido diversos
matices traccionados por valores de la propia comunidad científica en relación con su entorno social y del valor
que cada sociedad ha otorgado a las ciencias en términos históricos.
1
Doctoranda en Salud Colectiva. Editora ejecutiva de la revista científica Salud Colectiva. Directora editorial de la colección de libros Cuadernos del ISCo.
Docente-investigadora, Instituto de Salud Colectiva, Universidad Nacional de Lanús, Buenos Aires, Argentina
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En pleno proceso de industrialización de las ciencias, Robert Merton recupera como un valor propio del ethos
científico la “propiedad común de bienes”, es decir que los resultados de las ciencias son producto de la
colaboración social y están destinados a la comunidad. Desde el estructural funcionalismo mertoniano, estos
valores hacen que la noción de propiedad de la comunidad científica sea “incompatible con la definición de la
tecnología como ‘propiedad privada’ en una economía capitalista” (Merton, 1964, p. 644).
Si bien estas tensiones en torno a la “propiedad” del conocimiento científico han tenido un nuevo capítulo a
partir del movimiento de acceso abierto que surgió a fines del siglo XX (Willinsky, 2005), la actual noción de
ciencia abierta pone el acento en otras dimensiones de la cultura científica, que tomaron expresiones sociales
distintas en diversos momentos históricos, dada la interdependencia dinámica” entre las ciencias y el contexto
social (Merton, 1964). Si bien esta interdependencia puede resultar una obviedad, desde distintas disciplinas se
han analizado las consecuencias de las ciencias sobre la estructura social, pero existe cierta resistencia a explorar
esa relación en sentido bidireccional, es decir, incorporando “las diversas influencias de la estructura social sobre
el ritmo de desarrollo, los focos de interés y, quizá, sobre el contenido mismo de la ciencia” (Merton, 1964, p.
617). Esa resistencia a admitir la influencia del entorno social sobre la práctica científica y sobre las formas de
circulación y legitimación de la producción escrita, puede proceder, según Merton, de la creencia errónea de que
asumir esa interdependencia implicaría la intromisión de intereses ajenos a las ciencias, y la pérdida de ciertos
valores que conforman el ethos de la ciencia como la autonomía, la “objetividad”, los criterios universales de
validez científica y la propia universalidad del diálogo entre quienes comparten formas comunes de
interpretación del mundo.
De forma similar, la historiadora estadounidense Elizabeth Eisenstein, describe esa misma resistencia vinculada
a los procesos de intermediación de la producción escrita: la historia de las ciencias suele utilizar el material
publicado en libros o en revistas científicas para documentar observaciones o teorías, sin incorporar las múltiples
instancias mediadoras que participan del proceso de publicación y puesta en circulación como aspectos centrales
de la existencia pública de una obra, por lo que “se desconecta la vida ‘interna’ de la ciencia de las fuerzas sociales
externas que la moldearon desde su nacimiento” (Eisenstein, 2010, p. 607).
Si las revistas científicas son uno de los dispositivos centrales del sistema de comunicación de las ciencias ¿es
posible analizarlas de forma aislada y desvincularlas de los procesos de configuración de la racionalidad técnica
que motorizó la industrialización y moldeó las prácticas científicas? Si la universalidad del diálogo científico
mantiene su total vigencia, ¿podemos analizar las revistas científicas de América Latina como un objeto de
estudio aislado, cuando su comunidad está atravesada por valores que exceden sus fronteras? Entendemos esa
interdependencia dinámica como parte de la dimensión relacional de la vida social y al segmentar y aislar
analíticamente ciertos elementos puntuales, se pierden los marcos estructurantes de ciertos procesos y
prácticas.
Partiendo de esta perspectiva, proponemos analizar cómo la ciencia abierta, en el contexto europeo, nace como
reacción al proceso de industrialización de las ciencias y a la mercantilización de la producción escrita; y cómo la
idealización de ese proceso, sumado a ciertos usos de las nociones de “universalismo” y de “autonomía”, en
muchos países de América Latina anularon la dimensión social y política tanto del ejercicio de la propia práctica
científica como de su análisis, provocando la ausencia de políticas públicas soberanas y la adopción y
naturalización de sentidos, imaginarios e idealizaciones que fueron elaborados a lo largo de tres siglos en otros
escenarios (Hurtado, 2010).
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Si bien las ciencias abarcan una gran diversidad de concepciones y prácticas, en este trabajo nos centramos
específicamente en aquellas áreas científicas vinculadas a los procesos de industrialización, que entendemos que
estructuraron gran parte de la racionalidad científico-tecnológica que motorizó la expansión del capitalismo y los
fundamentos de las políticas científicas. Tal como menciona Gadamer,
En la era de la ciencia y de su ideal de certeza, este concepto [la praxis] se ha visto despojado de su
legitimidad, pues desde que la ciencia ve su objetivo en el análisis aislante de los factores causales
del acontecer en la naturaleza y en la historia, ya no conoce otra praxis que la aplicación de la
ciencia. Y ésta no necesita dar cuenta de su justificación. De este modo, el concepto de la técnica ha
desplazado al de la praxis, o dicho de otro modo, la competencia del experto ha desplazado a la
razón política. (Gadamer, 2005, p. 647)
Al anular la razón política tanto de la práctica de las ciencias, como del estudio de esas prácticas, la racionalidad
técnica se torna en misma la racionalidad de la acción social. Habermas retoma las palabras de Marcuse al
mencionar que “el concepto de razón técnica es quizá él mismo ideología”, dado que se consolida sobre un
dominio metódico, científico, calculado y calculante no solo sobre la naturaleza, sino también sobre las
dimensiones sociales (Habermas, 2007, p. 55).
La técnica se torna así el proyecto histórico-social del capitalismo. El método científico que conducía a una
dominación cada vez más eficiente de la naturaleza, proporcionó tanto los conceptos como los instrumentos
para una dominación cada vez más efectiva de otras esferas sociales. “Hoy la dominación se perpetúa y amplía
no sólo por medio de la tecnología, sino como tecnología; y ésta proporciona la gran legitimación a un poder
político expansivo que engulle todos los ámbitos de la cultura” (Habermas, 2007, p. 58)
A partir de estas nociones, en este texto proponemos un breve recorrido, en primer lugar, por el proceso de
industrialización de las ciencias europeas y la conformación del pensamiento científico liberal en América Latina;
en segundo lugar, por el proceso de industrialización del sistema de comunicación de las ciencias; y, por último,
por las recientes políticas europeas que ponen en cuestionamiento múltiples aspectos de la cultura científica
industrial a través de la noción de ciencia abierta, en contraste a las políticas de América Latina, que refuerzan
nociones de “impacto científico” que ponderan las lógicas que primaron durante la segunda mitad del siglo XX
en los países industrializados.
2. El proceso de industrialización de las ciencias europeas y la conformación del
pensamiento científico liberal en América Latina
El matemático e historiador de las ciencias irlandés John Bernal, en The social fuction of science (1939) describe
un escenario científico altamente industrializado en la Europa de entreguerras: afirma que la producción con
fines de lucro distorsiona inevitablemente la aplicación de la ciencia y, por ende, la orientación de la
investigación; y que la competencia y el monopolio conducen directamente al secretopatentamiento, leyes
restrictivas de propiedad intelectual, etc.y al empobrecimiento de la investigación. Según Bernal, una de las
causas de la naturaleza peculiarmente poco imaginativa de la investigación industrial es su temperamento
puramente comercial, que trata sus resultados como mercancías y a los productores de esos resultados como
trabajadores asalariados.
La industrialización de las ciencias que describe Bernal en 1939 se produce por la incorporación de laboratorios
de investigación y desarrollo (I+D) dentro de las industrias, como respuesta a la creciente complejidad y escala
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de las nuevas tecnologías que surgieron en las industrias eléctrica y química en la segunda mitad del siglo XIX, y
que le permitieron a Alemania y EEUU desplazar a Gran Bretaña como líder tecnológico, en el período previo a
la Primera Guerra Mundial (Freeman, 2010). Este nuevo engranaje para la consolidación de un sistema nacional
de innovación”, según Christopher Freeman (2010), comprendía laboratorios universitarios y la introducción del
doctorado como título de investigación, los laboratorios internos de I+D en los sectores líderes de la industria,
instalaciones de control de calidad, institutos nacionales de normalización, institutos y bibliotecas nacionales de
investigación, y una red de sociedades y publicaciones científicas y técnicas nacionales. Desde sus orígenes, eran
las sociedades científicas y las editoriales universitarias las que editaban y promovían el intercambio de
conocimientos a través de revistas científicas, cuya finalidad estaba más centrada en socializar las investigaciones
que en el lucro (Fyfe et al., 2017).
En ese escenario, desde el siglo XIX hasta el primer tercio del siglo XX, América Latina fue “la proveedora de gran
parte de las materias primas requeridas por la Revolución Industrial” (Jaguaribe, 2011), así como una gran fuente
de abastecimiento de productos primarios agropecuarios. Para el ejercicio de esta economía primario-
exportadora, el desarrollo de las ciencias vinculadas a la tecnología se centró en el desarrollo de formas eficaces
de almacenamiento, conservación y transporte de esa producción primaria. Este modelo produjo el ingreso de
capitales extranjeros que se destinaron a la extensión de las redes ferroviarias, la modernización de los servicios
portuarios y el transporte marítimo, los frigoríficos, las comunicaciones telegráficas internacionales, al
financiamiento de la producción primaria y la urbanización, lo que sumado al aumento de la población por la
emigración europea, dio lugar a la conformación incipiente de un mercado interno dinámico (Belini, 2017).
Según Celso Furtado (1974), algunas de las consecuencias de este modelo fueron que los países exportadores de
materias primas se transformaron rápidamente en importadores de nuevos bienes de consumo de los países
industrializados, y gran parte de ese consumo podía ser absorbido por una minoría, dado que el aumento de la
producción se asociaba a una mayor concentración de riquezas en minorías concentradas cuya capacidad de
consumo crecía sustancialmente. Como la participación de las ciencias en la introducción de innovaciones en los
procesos productivos fue mucho más acotada, era el Estado quien financiaba las sociedades científicas,
universidades, museos y observatorios, de los que surgieron diversas revistas científicas, también financiadas
por el Estado, que a través del sistema de “canje” de publicaciones, habilitaron un diálogo fluido con otras
sociedades científicas del mundo.
Más allá de la fuente de financiamiento, a diferencia de los libros que históricamente fueron editados,
distribuidos y comercializados por personas y entidades dedicados a la actividad editorial, en el caso de las
revistas científicas de América Latina, al igual que las revistas europeas, estaban editadas por personas dedicadas
a alguna rama de las ciencias, bajo el respaldo de instituciones académicas (sociedades científicas, universidades,
observatorios, etc.).
Como describe Habermas (2007), “hasta fines del siglo XIX no se registra una interdependencia de ciencia y
técnicay el aporte de las ciencias al proceso de modernización es más bien indirecto, por lo que parecería haber
una cierta sintonía en el pensamiento y la práctica científica tanto latinoamericana como europea respecto de
los valores que conformaban ese ethos de las ciencias que describe Merton.
Hacia fines del siglo XIX en los países más industrializados comienza a producirse “una creciente
interdependencia de investigación y técnica, que convierte a las ciencias en la primera fuerza productiva”
(Habermas, 2007, p. 81). Esta interdependencia de la ciencia y la técnica penetra en los ámbitos institucionales
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de la sociedad, transforma a las propias instituciones y se desmoronan las viejas legitimaciones (Habermas,
2007).
Sin embargo, tal como señala Diego Hurtado, en ese período de conformación de los Estados-nación
latinoamericanos y de institucionalización de las ciencias,
...los vínculos de dependencia con Europa jugaron un papel protagónico en la asimilación de la
práctica científica, a través de la común aceptación del “carácter universal del conocimiento
científico”. Este proceso decisivo de asimilación de la ciencia como práctica social se canalizó a
través de una ideología universalista que confundió la estabilidad de los productos finales de la
actividad científica teorías, leyes, conceptos, eficacia técnicacon el supuesto universalismo de la
propia práctica de producción de conocimientos. (Hurtado, 2010, pp. 2223)
Y en este momento es cuando el pensamiento científico liberal de América Latina, comienza a configurar ciertas
representaciones que lo diferencian sustancialmente de las nociones predominantes del escenario al que
aspiraba emular. Por ejemplo, a fines de la década de 1940, el matemático e historiador de la ciencia argentino
José Babini, al describir el período posterior a la crisis política de Argentina de 1890, menciona que:
...se produce en el proceso científico un estancamiento, vale decir una decadencia [...] se produce un incremento
de las actividades técnicas en pos de un afán utilitario y de un interés material, que pospone o impide las
preocupaciones por la ciencia pura o por la investigación desinteresada. Se cayó así en el error frecuente de
adoptar y absorber las aplicaciones de la ciencia antes que la ciencia misma, y el de no advertir que detrás del
excitante esplendor del progreso industrial y técnico se oculta el trabajo científico puro y desinteresado, que en
gran medida ha contribuido a ese progreso material. (Babini, 1949, pp. 125126)
La lectura que realiza José Babini sobre la crisis económica argentina de 1890, deja entrever su propia noción de
la relación de las ciencias con la sociedad, basada en valores de pureza y desinterés que ya no estaban presentes
en la década de 1940 en diversos países europeos o en EEUU, por lo que ya no se trata de una importación de
los valores vigentes, sino de la reconfiguración de ciertas nociones del liberalismo científico de décadas
anteriores, que reivindicaban la autonomía y la pureza de la práctica científica, y consideraban como
“decadencia” científica cualquier grado de interdependencia con su entorno.
Marcuse, al poner en discusión la visión de la industrialización y del capitalismo presente en la obra de Max
Weber, plantea que
Su teoría de una ciencia que en el interior de sí misma estaría libre de todo valor, se reveló como lo
que era en la práctica: un intento de "liberar" a la ciencia para la aceptación de valores represivos,
cuyo origen se encuentra fuera de la ciencia. [...] el concepto de neutralidad, o más bien de
impotencia científica frente a los valores e ideales, es insostenible. La pura concepción filosófica y
sociológica, al margen de los valores, se convierte en su propio desarrollo en una crítica de los
valores; e inversamente, conceptos científicos puros y vacíos de todo valor revelan su propio sistema
de valores ocultos.
Mientras que para Marcuse la pureza, la neutralidad, el desinterés, la universalidad son conceptos vacíos que
revelan un “sistema de valores ocultos”, para Laclau (1996), ese vacío no se repone con valores ocultos, sino que
el contenido que vayan a simbolizar “no puede ser determinado ni por un análisis de lo particular en sí mismo ni
de lo universal. La relación entre los dos depende del contexto del antagonismo y es, en el sentido estricto del
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término, una operación hegemónica” (Laclau, 1996, p. 15). Estos “significantes vacíos” que define Laclau, tan
presentes en el pensamiento científico liberal de América Latina, van a ir adaptando su contenido sobre la base
de la negación de aquello a lo que se oponen en cada contexto.
Al producirse la gran crisis internacional de 1930, se redujo sustancialmente la capacidad de importación de los
países de América Latina. El núcleo principal de las actividades manufactureras estaba constituido por industrias
de terminación de artículos de consumos importados y algunas de estas empresas fueron las que comenzaron a
tratar de producir sustitutos locales de algunos ingredientes importados (Furtado, 1985). A partir de la década
de 1940, para cuando este proceso de “industrialización por sustitución de importaciones” comienza a cobrar
fuerza, diversos organismos internacionales como las Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos,
el Banco Interamericano de Desarrollo, e instituciones públicas y privadas de los países industrializados,
realizaron un “intenso esfuerzo” para incrementar la capacidad científica y tecnológica de los países de América
Latina. Dentro de las actividades incluían las donaciones y préstamos especiales para equipamiento científico,
los subsidios para proyectos específicos de investigación, el envío de personal calificado para participar en la
formación de nuevo personal o asesorar en la formulación de la política científica, el otorgamiento de becas para
perfeccionamiento en el exterior, etc.(Herrera, 2011, p. 151).
Sin embargo, si bien este tipo de asistencia permitió mejorar el equipamiento de muchos centros de
investigación, especialmente las universidades, “el análisis más superficial indica que, en términos generales, se
puede hablar casi de un completo fracaso” (Herrera, 2011, p. 152). Entendemos que ese esfuerzo parece haber
omitido la cultura científica local que proclamaba la “autonomía” y “pureza” de las ciencias, que ya habían sido
dejadas de lado en Europa y EEUU con los procesos de industrialización y desarrollos tecnológicos.
De hecho, en la década de 1970, mientras que en Francia, Inglaterra y EEUU la relación entre la inversión en I+D
y la investigación básica era de 9 a 1, y para el resto de Europa occidental era de 4 a 1; en América Latina, por el
contrario, esto se invertía y tal como menciona Amílcar Herrera: si bien no se dispone de datos precisos al
respecto, se puede estimar que el subsistema de investigación básica insume un monto de inversiones superior
al que se destina a investigación aplicada y de desarrollo(Herrera, 2011, p. 153).
Esta interdependencia dinámica entre las ciencias y la sociedad que postulaba Merton desde la sociología de las
ciencias, comienza a ser problematizada a partir de la década de 1960, con las obras Verdad y método de
Gadamer, Industrialización y Capitalismo en Max Weber y El hombre unidimensional de Marcuse, retomadas y
discutidas por Habermas en Ciencia y técnica como “ideología”, que retroalimentaron las movilizaciones
estudiantiles europeas de 1968, como así también la vasta producción latinoamericana de Jorge Sabato, Thomas
Moro Simpson, Mario Bunge, Amílcar Herrera, Alfredo Monza, Félix Moreno, Oscar Varsavsky, Natalio Botana,
Celsio Furtado, Osvaldo Sunkel, José Leite Lopes, entre tantos otros. Estas nuevas miradas, que proponían otras
formas de concebir la relación entre las ciencias y la sociedad, fueron cruelmente desarticuladas y perseguidas
por las dictaduras militares que atravesaron el continente entre las décadas de 1960 y 1980.
Como veremos más adelante, medio siglo después, las políticas de evaluación de la producción científico-
tecnológica que se han implementado en las últimas décadas en varios países de América Latina, responden a
las mismas lógicas que primaron en las comunidades científicas liberales de los años 1960 y 1970, aún s
acentuadas y formalizadas.
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3. La industrialización del sistema de comunicación de las ciencias
Tal como describe Bernal, el efecto obvio e inmediato del nuevo entorno europeo de industrialización de la
década de 1940 “es el aumento en el volumen de resultados publicados. Las publicaciones de las sociedades
científicas se han duplicado y triplicado en tamaño, y sus tesoreros, en muchos casos, tienen dificultades para
compensar el consiguiente gasto adicional” (Bernal, 1939, p. 67).
Siguiendo la tradición de los siglos anteriores, en la Europa de entreguerras, si bien se obtenían ciertos subsidios
gubernamentales, el costo de publicar un trabajo corría por cuenta de quien realizaba la investigación y deseaba
publicarla. Según Bernal, muy pocas revistas eran comerciales, la mayoría eran editadas por sociedades
científicas, las cuales gastaban casi todos sus recursos en la edición y distribución de las revistas y rara vez podían
destinar fondos para investigación. Quien investigaba debía pagar también el costo de las revistas y los libros
que necesitara consultar y las suscripciones a las sociedades científicas. Como estos pagos no solían contabilizar
como gastos de laboratorio, significaba destinar entre el 5 y el 10 por ciento del salario. Además, debido al
aumento considerable de publicaciones y las dificultades para el acceso, los autores solían enviar hasta 200
reimpresiones de su trabajo a personas seleccionadas, lo que implicaba un gasto adicional significativo (Bernal,
1939, p. 118).
...debería quedar claro que el actual sistema de publicación científica desperdicia tiempo y dinero y
es una fuente constante de irritación para los propios científicos. Es cierto que continuamente se
están haciendo esfuerzos para mejorarlo. [...] Lo que se necesita es una revisión mucho más drástica
de todo el sistema de comunicación científica. (Bernal, 1939, p. 119)
Esa revisión drástica es la que va a abrir las puertas de la industria editorial y el escenario comienza a cambiar al
finalizar la Segunda Guerra Mundial. EEUU dominaba la economía mundial con casi dos tercios de la producción
industrial del mundo (Hobsbawm, 2010) y apuesta a una elite científico-tecnológica financiada con fondos
gubernamentales que, junto al complejo militar-industrial, para 1960, acumulaban un poder desmesurado, como
deja entrever el por entonces presidente Dwight D. Eisenhower, en el discurso de cierre de su mandato. Allí
expresa que, en la revolución tecnológica de las últimas décadas:
...la investigación se ha vuelto central; también se ha vuelto más formal, compleja y costosa. Una
proporción cada vez mayor se lleva a cabo para, por, o bajo la dirección del gobierno federal [...] La
perspectiva de dominar a los académicos de la nación a través del empleo federal, la asignación de
proyectos y el poder del dinero está siempre presente, y debe considerarse con seriedad. Sin
embargo, si la investigación científica y el descubrimiento se respetan como deberíamos, también
debemos estar alertas al peligro igual y opuesto de que la política pública pueda quedar cautiva de
una elite científico-tecnológica. (Eisenhower, 1961)
Por estos mismos años, el físico nuclear Alvin Weinberg, en su trabajo titulado Impact of Large-Scale Science on
the United States (Weinberg, 1961), describe el mecanismo por el cual esa elite científico-tecnológica, financiada
por el Estado pero al servicio del sector industrial, presionaba a los congresistas para que se siguieran aprobando
los altos porcentajes de financiamiento. Como analizamos en un trabajo anterior (Martinovich, 2020), para poder
instalar la ciencia en la agenda pública era necesario inyectar el mercado con “novedades” que fueran factibles
de ser retomadas por los medios de comunicación, lo que dio lugar a una “enorme proliferación de escritura
científica que, en gran parte, permanece sin leer” (Weinberg, 1961). Este mecanismo consolidó un complejo
industrial científico-editorial en aquellos países altamente industrializados, lo que a su vez generó un cambio en
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los modos de producción: un alto porcentaje de las nuevas revistas ya no estaban respaldadas por sociedades
científicas, sino que se creaban en las oficinas comerciales de grandes editoriales como Pergamon Press,
Springer, Elsevier o Taylor & Francis con el propósito de absorber la publicación de artículos de diversas
instituciones (Fredriksson, 2001). Y es aquí cuando entra en escena la lógica económica industrial del sector
editorial que se alinea con los intereses del poder industrial de la Big Science. Las revistas científicas editadas por
el sector industrial se tornaron el canal de legitimación “científicade los grandes intereses comerciales del
complejo científico-industrial.
En América Latina, en un documento publicado en 1971 por el Departamento de Asuntos Científicos de la
Organización de Estados Americanos, el economista colombiano Félix Moreno mencionaba:
Las tendencias de los esfuerzos de “desarrollo científico-tecnológico” que se realizan actualmente
en los países más grandes y medianos de América Latina son marcadamente liberales, preocupados
por el aumento cuantitativo de recursos, en esta área (más libros, más abstracts, más patentes, más
marcas extranjeras, más know-how extranjero, etc.), completamente acríticos sobre los costos
sociales de la introducción de esas tecnologías, y sin un propósito claro de poner al servicio de las
inmensas clases marginadas, ese “prometeo desencadenado” que es la tecnología actualmente.
(Moreno, 2011, p. 382)
Si bien en la década de 1970, también se había producido en EEUU una enorme proliferación de escritura
científica que, en gran parte, permanecía sin leer, ese crecimiento desmedido era parte de la estrategia de EEUU
de invadir la opinión pública para poder conseguir el apoyo parlamentario y seguir sosteniendo los altos
porcentajes del PBI destinados a las áreas de investigación (Weinberg, 1961; Martinovich, 2020). Pero en este
esquema faltaba un indicador que legitimara y validara este complejo industrial científico-editorial al interior de
la comunidad científica internacional. Este es el rol que va a cumplir el “factor de impacto” como estrategia de
legitimación internacional: se conforma una base de datos que habilita el ingreso ilimitado de revistas creadas
por el complejo industrial científico-editorial, sobre todo de EEUU e Inglaterra, y restringe el ingreso a revistas
del resto del mundo editadas bajo modelos productivos con baja participación del sector industrial, para luego
contabilizar las citas y evaluar el desempeño como si fuera una muestra representativa de las revistas científicas
existentes a nivel mundial.
Se trata de estrategias al servicio de una infraestructura científico-tecnológica orientada fundamentalmente a
retroalimentar un sistema económico-productivo como expresión concreta de la racionalidad técnica
dominando otras esferas de la vida social. Ahora bien, el pensamiento científico liberal en América Latina se
alineaba con la foto del modelo, pero desechaba reproducir a nivel nacional el proyecto económico-político que
lo motivaba, por lo tanto, se imitaba la ponderación del volumen de publicación que retroalimentaba el gran
complejo industrial científico-editorial, sin vincular esas prácticas a estrategias que abonaran al crecimiento
económico-productivo de sus propios países, tal como expresa Félix Moreno:
Ellos defienden una libertad de investigación que es una caricatura, ya que consiste en el derecho
de imitar, repetir o complementar las investigaciones de moda de sus colegas en los países
desarrollados, y en adquirir méritos en la comunidad internacional mediante publicaciones en las
revistas extranjeras, siempre que la investigación sea considerada “interesante” para esos países.
(Moreno, 2011, p. 385)
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Desde nuestra perspectiva, solo se imitaba la fachada externa del proceso. La reivindicación de la autonomía de
las ciencias y el deseo de integrarse a los núcleos más industrializados, no significaba una aprobación de la
maquinaria científico-industrial al servicio de la acumulación capitalista del propio país, sino una reivindicación,
por sobre todas las cosas, de un profundo distanciamiento de la realidad nacional.
4. La paradoja actual
Hasta los primeros años del siglo XXI, Estados fuertes y débiles, Estados ricos y pobres, nortes y sures, gobiernos
de derecha y gobiernos progresistas parecían seguir las reglas del libre mercado y alinear la evaluación de la
producción científica a estrategias basadas en indicadores de “calidad” científica creados a medida para asegurar
el primado del complejo científico-editorial industrial de los países altamente industrializados.
Estos indicadores, generados por bases de datos como Web of Science y posteriormente Scopus, se utilizaban
para evaluar el desempeño de quienes formaban parte del sistema formal de investigación de un país, para la
evaluación de las investigaciones, la contratación y el ascenso, la asignación de fondos e incluso la graduación en
los programas de doctorado. Los presupuestos que fundamentan estos parámetros de evaluación promovían
una legitimación de la razón técnica y un distanciamiento cada vez mayor de esa interdependencia dinámica
entre las ciencias y la sociedad.
Cuando Eisenhower alertaba sobre el “peligro igual y opuesto de que la política pública pueda quedar cautiva de
una elite científico-tecnológica” (1961) estaba asistiendo en primera persona al primado de esa irracionalidad de
la razón técnica que describe Marcuse:
En el desarrollo de la racionalidad capitalista, entonces, la irracionalidad se hace razón, razón como
el furioso desarrollo de la productividad, el saqueo de la naturaleza, el incremento de la existencia
de mercancías (y su disponibilidad para capas más amplias de la población). Esta razón es irracional
porque la mayor productividad, la dominación de la naturaleza y la riqueza social se convierten en
fuerzas destructivas, destructivas no sólo metafóricamente, en la venta de los llamados valores
culturales más altos, sino literalmente. (Marcuse, 1969, p. 14)
A comienzos del siglo XXI, se abrió un nuevo capítulo con la noción de ciencia abierta que comenzó a cuestionar
ciertos aspectos de esa cultura científica que privilegió los intereses del sector tecnológico-industrial en
desmedro de los grandes problemas sociales. Si bien los cimientos habían comenzado a resquebrajarse, no se
lograban imprimir cambios en las instancias de decisión política. En palabras de Gadamer (2005), la razón técnica
del experto seguía desplazando a la razón política.
Organizaciones intergubernamentales como la Comisión Europea, el Parlamento Europeo, el Consejo Europeo,
la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), las Naciones Unidas, el Banco Mundial,
la Unesco, entre otras tantas organizaciones, comenzaron a reconocer la importancia de la ciencia abierta para
abordar los grandes desafíos sociales que enfrenta la humanidad, como el cambio climático, las emergencias de
salud pública, la producción sostenible de alimentos, la energía eficiente o el transporte inteligente, entre otros
(Vicente-Saez & Martinez-Fuentes, 2018).
Desde que China publicó en 2020 las nuevas políticas de financiamiento y evaluación de la investigación (Zhang
& Sivertsen, 2020), como efecto cascada, varios países europeos y entidades que representan a la Unión Europea
han decidido romper con los criterios de evaluación utilizados durante gran parte del siglo XX, para comenzar a
delinear políticas más sustentables en términos económicos, que mejoren las formas en que se evalúan los
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resultados de la investigación académica, haciendo un esfuerzo por múltiples vías para hacer que la investigación
sea más cooperativa y colaborativa.
Entre los cambios que proponen las nuevas políticas propuestas por el Ministerio de Ciencia y Tecnología y el
Ministerio de Educación de China, hay algunos aspectos que desarticulan el esquema mercantilista y promueven
el diálogo internacional desde una perspectiva más igualitaria: se implementa un sistema de “obras
representativas” que reemplaza la idea de hiperproductividad, se abandona el “factor de impacto” como criterio
de evaluación de esa producción y se alienta publicar en mandarín en revistas científicas editadas en China
(MoChridhe, 2020; Zhang & Sivertsen, 2020).
Francia, en julio de 2021, publicó el 2do Plan Nacional para la Ciencia Abierta (MESRI, 2021). Ya en 2019,
Frédérique Vidal, ministra de Educación Superior, Investigación e Innovación de Francia, expresaba:
La comunidad científica ha perdido el control sobre el sistema editorial. Sin embargo, es un sistema
esencial para el correcto funcionamiento de la ciencia. [...] Es fundamental avanzar hacia una mayor
diversidad y un mayor equilibrio en el panorama editorial. Para desarrollar esta bibliodiversidad,
decidí crear un fondo de ciencia abierta. [...] Francia contribuirá así a la reinversión del control del
sistema editorial por parte de la comunidad científica. (MESRI, 2019)
De hecho, el Consejo Europeo de Investigación, que distribuye 2.400 millones de euros para financiar proyectos
de investigación a científicos y académicos de la Unión Europea, anunció a mediados de 2021, la modificación de
los criterios de evaluación para el otorgamiento de los fondos, desestimando las métricas corporativas como el
“factor de impacto”, asumiendo que el contenido científico de un artículo es mucho más importante que las
métricas de publicación o la identidad de la revista en la que fue publicado.
En los Países Bajos, en el mes de junio de 2020, la Universidad de Utrecht expresó públicamente su decisión de
no tener en cuenta el factor de impacto como medida estándar del éxito científico, en todas las decisiones de
contratación y promoción. Según Paul Boselie, “se ha convertido en un modelo muy dañino que va más allá de
lo que es realmente relevante para la ciencia y lo que debería promover la ciencia”, proponiendo un mayor
compromiso con el trabajo en equipo y con la ciencia abierta (Woolston, 2021).
La paradoja es que mientras ciertos países europeos han adoptado estas nociones para generar políticas públicas
que promuevan un cambio en la cultura científica y limiten ciertas prácticas monopólicas, en América Latina se
ha recorrido el camino inverso, reforzando sistemas de evaluación de la producción científica que reducen la
noción de impacto científico a las métricas de citación, retroalimentando los sistemas de legitimación del sector
industrial científico-editorial, no solo en la evaluación de la producción, sino en la publicación y distribución de
esa producción, desvalorizando los ecosistemas conceptuales y teóricos regionales y el sistema de comunicación
de las ciencias (Alperin & Rozemblum, 2017; Farias et al., 2017; Gómez-Morales, 2018; Vasen & Lujano Vilchis,
2017; Martinovich, 2020).
Sin embargo, cuando analizamos el recorrido del pensamiento científico liberal de América Latina desde las
primeras décadas del siglo XX ¿qué es lo que ha cambiado? Entendemos que no mucho. Desde nuestra
perspectiva, se continúa imitando la fachada externa de un proceso de legitimación que tiene otros intereses.
En términos discursivos, se creó un relato basado en expresiones, cuyos “significantes vacíos” se fueron
adaptando a las nuevas realidades a las que se oponen.
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5. Conclusiones
Este breve recorrido por la conformación de la racionalidad técnica que supeditó las políticas públicas a sus
propios intereses, penetrando en diversos ámbitos institucionales de la sociedad, desmoronando las viejas
legitimaciones (Habermas, 2007), deja entrever que no se trata de una imposición del poder político ni de la
lógica industrial por sobre las y los trabajadores de las ciencias, sino que es la propia comunidad científica la que
ejerce y reproduce las lógicas dominantes.
Como ya mencionamos, en el caso de América Latina, la reivindicación de la autonomía de las ciencias y el deseo
de integrarse a los núcleos más industrializados, no significa una aprobación de la maquinaria científico-industrial
al servicio de la acumulación capitalista del propio país, sino una reivindicación, por sobre todas las cosas, de un
profundo distanciamiento de la realidad nacional.
Revertir la supremacía de la racionalidad técnica por sobre la razón política, es el gran desafío que tenemos por
delante para recuperar una interdependencia dinámica más igualitaria entre las ciencias y la sociedad.
Tal como menciona el economista Paul David, al abordar los orígenes de la ciencia abierta:
Estamos lidiando con el legado de un proceso histórico extenso, intrincado y contingente, que no
puede asumirse que haya sido producido por algún sistema subyacente de autoequilibrio y
autoregeneración que responde solo a los imperativos de las ciencias y la técnica moderna y, por lo
tanto, no requiere mantenimiento ni protecciones políticas. (David, 2008, p. 6)
Las ciencias no se producen en un vacío social, sino que son una actividad socialmente organizada, cuyas
prácticas difieren según el financiamiento, la continuidad o discontinuidad de las políticas, la valoración de su
entorno social para su desarrollo, pero también de la capacidad de la propia comunidad científica de tornarse
actores sociales. Tal como expresa Kleinman y Vallas (2001): “si los actores involucrados son pasivos, es más
probable que en la convergencia asimétrica sirva más a los intereses privados que al ‘bien público’”.
Las políticas públicas deberían promover un "acto de equilibrio" que implica mucho más que sostener una
financiación pública adecuada para las instituciones (David, 2008). El gran desafío actual es, a la luz de las nuevas
miradas del pensamiento decolonial, reivindicar nociones más abiertas que privilegien la “ecología de saberes”
(Santos, 2017) por sobre el pensamiento unisistémico propio del siglo XX.
Tenemos una deuda con la vasta producción latinoamericana que proponía otras formas de concebir la relación
entre las ciencias y la sociedad. En este sentido, cabe rescatar las palabras que Jorge Sabato en 1975: “Mirar
nuestra realidad con nuestros propios ojos no es mérito menor, al tiempo que es seguramente el primer paso
para modificarla. Sin embargo, no siempre se procede así y es común que se importen esquemas teóricos o
simplemente consignas de modaque se trata luego de imponer a nuestra situación como un chaleco de fuerza,
con olvido o ignorancia de sus características propias” (Sabato, 2011, p. 27)
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