João Alcione Sganderla Figueiredo, Cleber Cristiano Prodanov, y Valdir Pedde
Teóricamente parece sencillo, pero no lo es: ¿Qué capacidad de organización tiene el Estado o que iniciativas prácticas tiene la sociedad para desarrollar estos principios? ¿Cómo interferir en decisiones económicas que traen daño al medio ambiente y que están en contra de la armonía social? ¿Qué marco normativo debe ser establecido para que todos los ámbitos (social, económico, ecológico) se encuentren satisfechos? O aún, ¿Cómo las partes involucradas participarán de este proceso? El gran problema es definir un principio normativo que sea común a todos, ya que en su mayoría las normas siguen en defensa de ventajas particulares, de uno o de otro sector de la sociedad.
En esta perspectiva Jiménez Herrero (2000), expone que los argumentos y las iniciativas de mercado o gubernamentales de las últimas décadas señalan que el fenómeno “globalización” es el marco para formular cualquier principio y eso implica una dificultad. Así, teniendo en cuenta América Latina y Brasil se puede decir que el efecto globalización no garantiza que las estrategias de desarrollo sostenible hechas en parte del mundo sean iguales para todos. De esta forma, los principios normativos deben ser planeados y aplicados en la particularidad de cada país, teniendo en cuenta su espacio geográfico, su capacidad productiva y la formación sociocultural de cada pueblo, valorando para eso, la construcción de la ética y la moral.
Esta propuesta pretende integrar valores colectivos (comunidad) e individuales (particular). Un primer elemento a ser observado es que la reducción de la pobreza debe constituirse en un compromiso ético de las naciones. Sanchs (2003) desarrolla este hecho con relación a la sobreexplotación del medio ambiente por los países desarrollados y sus consecuencias de degradación y miseria para otros. En esta lógica el arbitrio ético y moral tiene que extenderse a cada país y a cada individuo, para que la responsabilidad sea de todos, en busca de garantizar los derechos de subsistencia.
Por otro lado, gran parte de la literatura sobre el tema, manifiesta que la falta de un desarrollo sostenible es parte de la realidad de los países subdesarrollados. Con todo, hay otra realidad: los países desarrollados siguen patrones de consumo insostenible y lo que se divulga como consumir para las necesidades parece ser falso o digno de un debate más amplio, en torno de la moderación del consumo.
En esta dirección Álvarez-Campana Gallo11 cita la teoría de Sen (1990, 1999) y Max-Neef (1991) que al conceptualizar el desarrollo humano se debe superar la dimensión primaria del desarrollo al crecimiento del producto interno, observando más la dimensión de la distribución, de las necesidades y de la equidad; lo que garantiza un concepto más allá de la producción de bienes, se centra en las capacidades. Esto es, tanto lo que la persona puede ser o hacer, como los logros de las personas, lo que efectivamente llegan a ser.
Gallo enfatiza el tema (moral y ética) al comentar uno de los principales conceptos para el desarrollo sostenible hecho en Estocolmo, con relación a la preocupación por el futuro. Según el autor, las obligaciones con el futuro no son hechos contractuales, sino que responden a una reflexión y elección individual y colectiva, es imposible este procedimiento sin la intervención de la ética y de la moral. Se debe pensar el Hombre como centro de la cuestión al paso que no vivimos una crisis ecológica y sí una crisis social.
Se percibe una aproximación al concepto de desarrollo sostenible en la “Cumbre de Río” que se orienta hacia una nueva percepción del mundo: “pensar globalmente y actuar localmente”. Los principios de esta cumbre contemplan los problemas que el conocimiento científico y su aplicación precipitada pueden traer, del exceso tecnológico y económico, de la responsabilidad colectiva delante de la situación ambiental, de la equidad social y de la justicia ambiental. Pero la pregunta es: ¿estos preceptos se han traducido en normas de conducta, se han traducido en una ética que reoriente las estrategias económicas y políticas hacia lo que llamamos racionalidad social?
La respuesta es pensar si desde Río (1992) a Johannesburgo (2002) (¿) hubo una gestión participativa de los bienes ambientales y un cambio en relación con las necesidades básicas de supervivencia y con relación a los derechos colectivos e individuales (?).
No. Porque la ética orienta a la razón y la moral para que los humanos alcancen una consciencia autónoma de responsabilidad por sus actos (acciones individuales, colectivas, públicas o privadas) en la naturaleza. Es una ética para el reencantamiento y de una nueva perspectiva teórica, donde el deseo de vida reafirme el poder de la imaginación, la creatividad y la capacidad del ser humano para transgredir irracionalidades represivas, para indagar por lo desconocido, para pensar lo impensado, para construir el por-venir de una sociedad de convivencia y sustentable, y para avanzar hacia estilos de vida inspirados en la frugalidad, el pluralismo y la armonía en la diversidad12.
Para entender los problemas medioambientales es necesario pensar en los problemas de desarrollo; un desarrollo desigual que afecta directamente la naturaleza. Guimarães demanda declarar reiteradamente que los seres humanos constituyen el centro y la razón de ser del desarrollo. Acordando con Guimarães, se hace presente la necesidad de un nuevo estilo:
“Ambientalmente sostenible en el acceso y usos de los recursos naturales y en la preservación de la biodiversidad; que sea socialmente sostenible en la reducción de la pobreza y de las desigualdades y en la promoción de la justicia social; que sea culturalmente sostenible en la conservación del sistema de valores, practicas y símbolos de identidad que determinan integración nacional al largo del tiempo; y que sea políticamente sostenible profundando la democracia y garantizando el acceso y participación de todos los sectores de sociedad en las decisiones políticas. Este estilo tiene como directriz una nueva ética de desarrollo, una ética en la cual los objetivos económicos de progreso material sométanse a las leyes que gobiernan el funcionamiento de los sistemas naturales, bien como a los criterios superiores de respecto a la dignidad humana y de mejoría en la calidad de vida de las personas”. (Guimarães, 2001: 17)
El desarrollo sostenible debe ser pensado a partir de espacios naturales, económicos, políticos, sociales y culturales. Es la interacción de estos actores la que formulará una ética que valore la vida por encima de intereses prácticos y utilitaristas; una ética para el bien común.
En ese sentido, varios esfuerzos que fueron y están siendo dirigidos para que tengamos una política global, ni siempre han logrado éxito en alcanzar objetivos reales y de impacto en la sostenibilidad. Lo que normalmrnte percibimos es que los acuerdos, metas y previsiones siguen atendiendo a los intereses de los Estados y de los conglomerados, en nombre de una real sostenibilidad. Quizás el último gran ejemplo sea el de la Conferencia de Copenhague – COP 15 realizada en diciembre de 2009, que buscó actuar dentro de una política de superación de culpas, avanzando sobre el pragmatismo de la simple percepción de lo corto que es el tiempo que los seres humanos poseen para neutralizar y reparar los daños que la humanidad causó en estos últimos siglos, principalmente con el adviento de la Revolución Industrial.
De este modo, para que exista desarrollo con sostenibilidad se debe partir del principio de la equidad social, lo que, por las actuales relaciones globales, difícilmente podrá ser planificado de forma local. Tratándose del medio ambiente y de acuerdo a lo expuesto por Beck (1998) tanto la riqueza como la pobreza se caracterizan como fuente de degradación ambiental, al paso que el mercado (en su lógica) no tiene un desarrollo justo. Surge entonces la paradoja del desarrollo económico con sostenibilidad o de la posibilidad de crecimiento sin destruir el medio ambiente como trata la Comisión de Brundtland. Si se sigue la cuestión moral, se debe optar por un crecimiento que degrada el medio ambiente o de un crecimiento preservando el medio. Pero antes de optar, vale preguntar: ¿Hay posibilidad de crecer sin destruir? Suponiendo que haya, cómo crecer sin afectar al ecosistema, ¿hay posibilidad de optar por la preservación? ¿Qué reglas habría que seguir? Se plantea aquí una estructura global que tiene influencia en las decisiones de lo local.
Mander y Goldsmith (1996) se refieren a la temática a partir de una teoría llamada teorema de la imposibilidad; parten de una explicación sencilla que podemos encontrar en la mayoría de los diccionarios. El diccionario de la Real Academia Española lo define de la siguiente forma: 1- Crecer: tener un aumento natural o recibir un aumento por añadir una nueva materia; 2- Desarrollarse: extender lo que está arrollado, deshacer un rollo o acrecentar, dar incremento a algo de orden físico, intelectual o moral. Es decir, lo que crece se hace mayor y lo que se desarrolla se vuelve diferente. Según Mander y Goldsmith el ecosistema terrestre se desarrolla, pero no crece; el subsistema, la economía, debe parar de crecer, para que por si mismo pueda continuar desarrollándose.
¿Puede tener sentido para la economía un desarrollo sin crecimiento? ¿Es esto posible? Tiene lógica este supuesto de Mander y Goldsmith al plantear que el desarrollo sostenible se está utilizando de forma equivocada, como sinónimo de crecimiento sostenible. Compartimos la idea de esos autores de que el desarrollo o crecimiento sostenible es la expresión de la moda de los últimos años; así, antes de consumir frases de “desarrollo sostenible” como algo necesario dentro del desarrollo regional, se cuestionan los debates e informes de escala internacional (principalmente Brundtland y Rio – 92) que de forma irresponsable hacen informes perfectos, en acuerdos perfectos, sin posibilidad o voluntad política de cumplirlos13.
En fin, ya planteado por Giddens, hay un error o una “charlatanería” de las naciones ricas que hablan de expansión económica desvinculada del medio ambiente. O se entra en esta charla o se contempla la realidad, que indicaría que, por las reglas del mercado global, es imposible un desarrollo sin crecimiento. Sobre la propuesta de justicia social parece que la cuestión no esta clara, ya que economistas y empresarios, principalmente, relacionan crecimiento con aumento de riqueza o disminución de la pobreza14.
De acuerdo con los principios neoclásicos es compatíble el desarrollo económico con la preservación ambiental, o aún, que el primero es fundamental para garantizar el segundo. Argumento, éste, para decir que el desarrollo económico no causaría daños al medio ambiente y disminuiría riesgos, al pensar que éste podría tornarse un freno para el progreso económico.
Siguiendo este enfoque, aparecen discursos simplistas, sin estrategias claras, como los relatados en Conferencias (Rio, Joanesburgo, etc) de generar riqueza social sin degradar el medio ambiente. No nos parece rara la popularidad y la facilidad con que letrados e iletrados se refieren a menudo al término “desarrollo sostenible”. Aun en la más reciente cúpula internacional que ha sido la Conferencia de Copenhague –COP15, en la cual se operó una insignificante alteración de nuestro comportamiento ante las presiones climáticas y de las perspectivas de sostenibilidad global de cambio real, ese discurso prevaleció sobre una práctica más acorde a una visión positiva de futuro.
Percibimos que la crisis conceptual del “desarrollo sostenible” es resultado de una crisis ambiental, interconectada a una crisis ética, moral y de justicia social; es decir, más que la compatibilidad [que se dibuja imposible por lo visto] del desarrollo sin destrucción de la naturaleza, se deben buscar estrategias de un modelo de apropiación más igualitario. Para ello, una nueva racionalidad social y productiva debe ser implementada, en la cual la ciencia y la tecnología estén pautadas en principios éticos de la política. Por eso, la sugerencia que el tema “desarrollo sostenible” requiere, antes de todo, un cambio de cultura política, de valores e ideologías.
En fin, como enseña Sanchs, la superexploración del medio ambiente es resultado de la miseria de los países pobres; luego, el “desarrollo sostenible” debe partir de princípios da equidad social. Como el mercado no tiene un desarrollo justo, la riqueza y la pobreza son fuentes de degradación ambiental (Beck, 1998). De esta forma, pensar lo local exige acuerdos y una reestructuración del desarrollo global.
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Vol. 31 (4) 2010
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