Espacios. Vol. 17 (1) 1996

La política tecnológica como política económica

Technological policy as economic policy

Víctor Alvarez R (*)


De la ventaja comparativa ala ventaja competitiva

En la Venezuela rentista, el motor del desarrollo lo constituyó la inyección a la economía de la renta petrolera a través del gasto público. En aquellas condiciones, el sector privado creció, no precisamente por la inversión de sus propios excedentes, sino porque dispuso de una abundante oferta de recursos públicos que les fueron transferidos en condiciones ventajosas de bajas tasas de interés y largos plazos de pago.

Los recursos públicos tuvieron su principal fuente en un mercado petrolero que durante un tiempo resultó muy favorable para Venezuela. Paradójicamente, ante los violentos incrementos de los precios que impusieron los países de la OPEP, los principales países consumidores de petróleo reaccionaron iniciando un sostenido esfuerzo a fin de ahorrar materias primas y energía. Debido al fuerte impacto que comenzaba a tener en la estructura de costos de la producción mundial, el petróleo ya no podía seguir siendo la base del modelo de la gran producción en serie.

Es previsible, entonces, que la mejora de la eficiencia en el use del petróleo por parte de las grandes potencias debilite aún más nuestra posición como país petrolero. Si a esto agregamos que el petróleo que se descubre es mayor que los incrementos en el consumo, la sobreoferta que actualmente se impone hace prácticamente imposible que Venezuela pueda recuperar los elevados niveles de renta petrolera que hasta hace poco sustentaron su desarrollo económico y social. Más bien, y como resultado de los factores que hemos apuntado, el nivel de renta tiende a bajar cada vez más, lo cual repercute drásticamente en la calidad de vida y bienestar de la sociedad.

Con el surgimiento de nuevas tecnologías que hacen posible la fabricación flexible se ha superado las rígidas restricciones de escalas de producción. Esto ha hecho posible fabricar de manera eficiente y competitiva una amplísima gama de bienes en cantidades reducidas, y cuya producción hasta hace poco sólo resultaba ser rentable a escalas tan grandes que apenas podían ser acometidas por la gran industria de los países desarrollados. Estas nuevas tendencias económicas y tecnológicas que hoy se imponen en el plano internacional constituyen el marco de referencia básico en el cual es necesario identificar y aprovechar las oportunidades que se le presentan a Venezuela.

En efecto, las profundas transformaciones que tienen curso han alterado drásticamente el patrón de ventajas comparativas que sustentaron la inserción de nuestro país en la economía mundial. De la ventaja comparativa basada en recursos naturales se ha pasado a un nuevo patrón en el que lo importante es la creación de ventajas competitivas con base en el dominio tecnológico. El significado determinante que tuvieron los recursos naturales y el petróleo barato para el viejo modelo es semejante al que tienen la tecnología, la información y el conocimiento para el nuevo modelo de desarrollo.

Esta realidad debe ser tomada muy en cuenta en el contenido de las políticas públicas, en función de trascender tanto los programas de financiamiento a los cuales prácticamente se ha limitado la política industrial, como también los programas de fortalecimiento de la capacidad de I&D universitaria que predominan en los ensayos de política tecnológica en Venezuela. Relanzar la industrialización en las condiciones de un mercado abierto exige responder a las crecientes exigencias que impone la competencia internacional, La cuestión no radica simplemente en el financia miento de la actividad industrial. Además de destinar recursos para financiar la inversión productiva hay que abrir nuevas vías que permitan aumentar la participación de las manufacturas nacionales en el comercio mundial. Se trata ahora de estimular la producción de servicios imprescindibles para lograr los niveles de calidad, productividad y competitividad que se requieren para superar nuestro tradicional papel de país exportador de productos primarios.

En consecuencia, resulta conveniente instrumentar una serie de incentivos para aumentar la oferta de asistencia técnica, capacitación gerencial, consultoría, servicios de ingeniería y apoyo a la negociación de tecnologías, los cuales no son ofrecidos espontáneamente por el mercado. Como las señales de ganancia y rentabilidad que envía el mercado no terminan de traducirse en la producción de los bienes y servicios que se requieren para mejorar la competitividad del aparato productivo, el Estado entonces tiene que actuar. En estas circunstancias, su tarea consiste en formular políticas públicas y hacer un uso acertado de sus instrumentos con el fin de romper tal inercia y lograr que el mercado funcione. Se trata de inducir a través de una combinación de incentivos fiscales, financieros, etcétera, la inversión hacia la producción de estos servicios. Hoy más que nunca está planteada la necesidad de atender eficazmente esta gama de requerimientos intangibles para el fortalecimiento de la capacidad tecnológica del aparato producti-vo, como expresión de una visión más amplia y completa de lo que es el apoyo público al desarrollo económico.

Innovación tecnológica: clave del desarrollo económico

La revisión de las modernas teorías que explican la riqueza de las naciones nos revela un creciente consenso en torno al impacto que tiene la innovación tecnológica como clave del desarrollo económico y del nivel de vida alcanzado por los países más prósperos y pujantes del mundo actual. A través de la innovación tecnológica se puede mejorar el proceso de producción para lograr ventajas en costos y mejorar el producto para diferenciarlo del que ofrecen los competidores. De esta forma, la innovación tecnológica abre espacio para nuevos negocios, lo cual permite a las empresas y economías seguir creciendo y generar más y mejores empleos.

Por esta razón, un creciente número de países le reconocen a la política tecnológica un papel cada vez más relevante en el contenido de la política económica. Sin embargo, las particularidades del proceso económico venezolano ha conducido a una conclusión distinta. Bajo el espejismo de la Venezuela rentista no se entendió que la posibilidad real de garantizar en el futuro tasas sostenidas de crecimiento económico dependería de la capacidad tecnológica de las empresas para mejorar sus procesos de fabricación o crear productos nuevos. El elevado ingreso en divisas petroleras, al traducirse en una extraordinaria capacidad para importar, propició el descuido de las actividades productivas internas, fundamentalmente de la industria manufacturera, principal portadora del progreso técnico. Y ahora, en las condiciones de una economía cada vez más globalizada en la que tienden a igualarse los costos de las materias primas y de los componentes semielaborados, ya no es posible seguir pensando que las ventajas comparativas sustentadas en la dotación de recursos naturales siguen siendo como antes una vigorosa fuerza motriz del crecimiento económico.

En adelante, la innovación tecnológica y no los auges coyunturales de la renta petrolera tendrá que ser la nueva clave del crecimiento económico y de la calidad de vida en nuestro país. La reactivación y revitalización de la industria nacional tiene que ser un proceso autosostenido, que se apoye en un mayor contenido tecnológico. Si bien en la estructura industrial de Venezuela predominan sectores tradicionales y maduros, la revitalización tecnológica de éstos es posible gracias a la disponibilidad en el mercado de nuevas tecnologías cuya asimilación hace posible la reanimación de sectores maduros y estancados. En ellos, la asimilación y dominio de las nuevas tecnologías permite desarrollar tecnologías diferentes que, finalmente, resultan superiores desde el punto de vista económico y funcional. Así pues, apreciables mejoras de la productividad tienen su origen en la velocidad y efectividad con las que se transfieren tales innovaciones a los demás sectores.

Si bien en las grandes potencias industrializadas la mayor parte del gasto en lyD se concentra en las industrias de alta tecnología, esto no impide que sus resultados impacten a la economía en su conjunto e, incluso, se difundan hacia otros países. Incesantes innovaciones que tienen lugar en sectores de punta se difunden de forma sistemática a otros sectores, incluyendo industrias que usualmente son catalogadas como tradicionales o maduras, las cuales se ven así revitalizadas. En efecto, la experiencia de muchos países demuestra claramente la posibilidad real de sustentar el crecimiento económico en un sistemático proceso de innovación con base en la transferencia y aprovechamiento de la tecnología extranjera. Con los conocimientos necesarios en cuanto a gestión a ingeniería los japoneses, surcoreanos y otros países del sudeste asiático, han demostrado que se pueden alcanzar elevadas tasas de crecimiento económico y competitividad explotando y mejorando las tecnologías que crean los propios rivales.

Contrariamente a la creencia que prevalece en Venezuela, la posibilidad de revitalizar el aparato productivo interno y conformar un sólido sector exportador no tiene que estar supeditado a nuevos auges de la renta petrolera o a un largo y oneroso esfuerzo en investigación y desarrollo. Si bien es cierto que el incremento de la renta durante el primer auge petrolero de los años 70 proporcionó los recursos necesarios para que la economía nacional creciera a tasas sin precedentes, posteriormente el incremento de la misma no propició un crecimiento económico. Tan es así, que el segundo auge petrolero que finalizó a principios de los 80 coincidió, más bien, con un prolongado estancamiento y caída del PIB, después de haber conocido las espectaculares tasas de crecimiento en el auge rentístico anterior. Paradójicamente, este cuadro crítico está estrechamente asociado a la percepción de una creciente renta petrolera que originó una crisis de abundancia. El elevado ingreso en divisas petroleras otorgó una extraordinaria capacidad para importar en desmedro de las actividades productivas internas. Pero una vez que estalló la crisis en el mercado petrolero internacional, los niveles de renta comenzaron a caer y la capacidad de importación se vio menguada, sin que el país contara con una fuerte base industrial que compensara los efectos negativos de esta nueva situación.

En consecuencia, profundizar la industrialización de la economía venezolana resulta ser un proceso clave, sobre todo si tenemos en cuenta el efecto multiplicador que puede tener sobre otras actividades económicas capaces de generar la oferta de bienes, servicios y empleos que requiere nuestra sociedad. Ahora bien, la producción industrial del país debe estar en capacidad de enfrentar exitosamente la competencia de los productos foráneos tanto en el mercado nacional como en el internacional. Por esta razón, la industria manufacturera está obligada a superar serios rezagos en materia de calidad, productividad y competitividad que restringen su aporte a la transformación productiva del país. El gran reto consiste en implementar una acertada estrategia orientada a la promoción de las exportaciones no petroleras y a la sustitución eficiente de importaciones con base en la innovación y el desarrollo tecnológico, en función de crear ventajas competitivas que permitan aprovechar de mejor manera las riquezas naturales que el país tiene.

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