Espacios. Vol. 15 (2) 1994

Ciencia, tecnología y desarrollo: interrogantes y alternativas para América Latina y el Caribe

Science, Technology and Development: Questions and Alternatives for Latin American and The Caribbean.

Ismael Clark Arxer


Interrogantes y alternativas hacia el futuro.

Al margen de cualquier otra consideración, resulta evidente que el avance de la ciencia en la región, si hemos de aspirar a un lugar decoroso en el mundo del futuro, demanda de una mayor atención ya porte de nuestros países a su fomento. Al propio tiempo, resulta inexcusable una contribución muy superior, decisiva, del sector científico y tecnológico al progreso socio-económico de los países de la región.

En la consecución de tales propósitos, ha de estar presente por igual la incorporación eficaz de lo mejor del conocimiento científico y el avance tecnológico universales, con la necesaria delimitación, comprensión y utilización racional de nuestros recursos naturales.
Ello implica el fomento y aprovechamiento, a nivel nacional y regional, de capacidades científicas susceptibles de asimilar creativamente los avances mundiales y generar, en la medida necesaria, las tecnologías propias que aseguren la explotación racional de nuestros recursos naturales, la satisfacción de nuestras legítimas aspiraciones de progreso social y el agregar valor a los productos exportables.

En consecuencia, el papel de las ciencias básicas en la asimilación y desarrollo de la tecnología avanzada y en la generación de tecnologías autóctonas deberá verse articulado mediante su asociación –en la mayor medida posible- con objetivos prioritarios nacionales y también –si somos capaces- regionales, aunque sin subordinarlas a metas de corto plazo dentro de los mismos.

El imprescindible esfuerzo nacional en materia de ciencia y tecnología, sin duda puede sentar las bases para el despegue individual de uno u otro país, pero ha demostrado no ser suficiente para colocar a nuestra región como interlocutor válido con los sistemas de ciencia y técnica de los países más avanzados y como factor desencadenante en todas sus potencialidades del proceso de desarrollo sostenido y sustentable.

Ya hemos visto antes cómo el surgimiento de las sociedades industrializadas contemporáneas coincide con la eclosión de las tecnologías de base científica. Apuntaré ahora que un rasgo progresista de dichas sociedades –pues obviaré otros que prefiero no calificar- es el modo peculiar y altamente eficaz de articulación del componente científico y tecnológico con el resto de la actividad social, de manera especial en la esfera productiva.
Reconozco pues, que un objetivo definido de nuestros esfuerzos, nacionales e integrados, es lograr una organicidad entre los componentes científicos, tecnológicos y productivos de nuestras sociedades semejante a la alcanzada por los países industrializados.

Cierto es también que resulta ineludible, para no ser utópicos, enfrentar el problema de la competitividad en el comercio internacional y que se requiere de pasos firmes para encontrar nuevos renglones de mayor valor agregado en nuestro comercio con el resto del mundo, habida cuenta de la paulatina e irreversible pérdida de las ventajas comparativas que alguna vez tuvieron las producciones tradicionales de la región.

Sin embargo, junto a estas realidades se yergue la admonitoria evidencia de un límite ecológico a las acciones humanas enmarcadas en los modelos de industrialización hasta ahora prevalecientes. Estos han estado orientados exclusivamente por la lógica, si así puede llamarse, mercantil, y cada vez resulta más difícil determinar en qué medida estas mercancías satisfacen necesidades humanas y cuándo las crean artificialmente.

Por múltiples motivos conceptuales, éticos y prácticos, ninguna tecnología y ninguna ciencia, serán suficientes si no se modifican decisivamente los patrones de consumo y derroche predominantes en los países industrializados.

Al mismo tiempo, el problema de la desigualdad en el acceso al bienestar deja de ser ya un mero problema social y moral, para tornarse también en un problema político y hasta de estabilidad de nuestras sociedades.

La vinculación del conocimiento científico y las herramientas tecnológicas con tales cuestiones es obvia, y al mismo tiempo recíproca: ¿puede pensarse en desarrollo científico dando la espalda a la espantosa pobreza de millones de seres?; ¿es concebible el progreso tecnológico sin tomar en cuenta las necesidades, que no los gustos, de las mayorías?; ¿puede una sociedad mayoritariamente pobre e inculta respaldar y aprovechar los progresos científicos y tecnológicos?. Por otro lado, ¿es acaso factible encarar la solución de tan acuciantes problemas sin la contribución decisiva de las herramientas científicas y tecnológicas?.

En otras palabras, las interrogantes que se abren para Latinoamérica en el camino de su integración y del rol que en ella deben jugar la educación, la ciencia y la tecnología resultan esencialmente nuevas, no sólo por el contexto específico de relaciones entre la región y el resto del mundo, sino también por la caducidad en términos ecológicos, y también sociales y morales, de los esquemas de desarrollo prevalecientes hasta hoy. En consecuencia, pienso que en lo esencial la cuestión de los “nuevos paradigmas” en materia científica y tecnológica requiere de respuestas propias.

Por ello insistimos en que, sobre la base de políticas nacionales definidas para propulsar la educación, la ciencia y la tecnología, hace falta un esfuerzo mancomunado para avanzar en campos de la ciencia que puedan actuar como dinamizadores estratégicos del desarrollo económico regional, en el marco de su sostenibilidad en términos ecológicos y sin perder de vista la inaplazable necesidad de contribuir a la solución de los agudos problemas que presionan a nuestros países, el de la pobreza, sus causas y consecuencias, en primerísimo plano.

Para la consecución de un modelo como el esbozado se requiere que la educación, la ciencia y la tecnología forme parte integral de la estrategia de desarrollo de cada país, que se definan prioridades y se tracen objetivos viables y concretos. A la vez, resulta necesario aunar criterios para avalar el desarrollo de estos tres factores –educación, ciencia y tecnología, como un todo- en el conjunto en la región. Para ello es imprescindible que estos objetivos políticos cuenten con el respaldo y la consciente participación popular.

Dando por demostrada la necesidad objetiva de la integración, como única alternativa válida frente a un nuevo y aún más nefasto proceso de dominación exterior de nuestros países en el siglo venidero, habremos de convenir en la absoluta preeminencia del desarrollo educacional como necesidad primera. Una Latinoamérica fragmentada, en un mundo de enormes conglomerados socioeconómicos, que lo son también científico-tecnológicos, nada puede esperar sin un decidido y abarcador esfuerzo en esta dirección.

Con independencia de la acciones que puedan y deban acometerse en lo inmediato, sólo el desarrollo educacional puede proveer la base, a largo plazo, para una capacidad científica y tecnológica propia que resulte una herramienta para el progreso de nuestras sociedades, en un contexto de integración.

Nuestra cooperación debe ante todo expresarse en la impostergable elevación de la formación y retención de recursos humanos altamente calificados, capaces de asumir crecientemente un papel activo en las nuevas áreas productivas que incorporan intensivamente conocimientos.

La propia experiencia de mi país me induce a subrayar el papel de los recursos humanos, de su formación y desarrollo en la creación de una capacidad resolutiva propia, a partir de un esfuerzo educacional generalizado, sustentado en una firme capacidad política y una consecuente movilización de las energías sociales.

La experiencia cubana confirma la posibilidad de alcanzar, en un plazo históricamente breve, condiciones de “masa crítica” suficientes para incorporar el quehacer científico-tecnológico como elemento concreto del desarrollo económico y social.

Afincado en esa experiencia, no exenta de reveses y sacrificios, creo en la posibilidad de recapacitar críticamente y combinar acciones nacionales y regionales, para adecuar la eficiencia, actualización y utilización de los recursos humanos de Latinoamérica en ciencia y tecnología.

Constatamos que existe un fuerte vocación integracionista dentro de la comunidad científica latinoamericana, muy recientemente reiterada en el Mensaje de las Academias de Ciencias de América Latina a los Presidentes de los países latinoamericanos. Asimismo, se refuerza la tendencia de que los asuntos de la cooperación científica sean manejados, en lo esencial, por los propios científicos.

En todo caso, el acceso al conocimiento disponible en la región y su utilización con los fines anteriormente expuestos, requiere de instrumentos eficaces que faciliten y promuevan su visibilidad, obtención y empleo. Sería preciso saltar las barreras de carácter administrativo, técnico, cultural y financiero para favorecer la circulación de datos, información y conocimientos entre nuestros países, como indispensable flujo renovador y amplificador de nuestra inteligencia regional.

A nuestro juicio, un factor clave para el logro de tales políticas será la medida en que nuestra comunidad científica logre hacerse escuchar y comprender en los niveles de decisión política de nuestros países.

Un último aspecto, que quisiera brevemente comentar, se encuentra indisolublemente vinculado al anterior. Se trata de la ética asociada a los principios conceptuales adoptados como marco de referencia.

Son hoy bien visibles las amenazas a la integridad misma de la investigación científica encerradas en lo que el profesor Ennio Candotti ha denominado “utilitarismo excesivo”, reflejo del llamado nuevo paradigma d una economía mundial y que se expresa en la creciente privatización por corporaciones del conocimiento científico internacional. Estamos, a la vez, impelidos por razones conceptuales y también prácticas a sostener un enfoque comprometido con los aspectos sociales y ecológicos del desarrollo. Ello indica, a mi juicio, la necesidad de incorporar estas cuestiones a nuestro arsenal ético en el campo científico.

Me refiero al compromiso moral consciente con el bienestar general, y en particular con el país en que se nace, con el respeto a la dignidad del hombre, con la integridad de la naturaleza y a la devoción por valores como la solidaridad y la cooperación. Pienso que tales valores son imprescindibles para enfrentar fenómenos adversos como la tecnología transnacional, el robo de cerebros o el llamado desarrollo sin equidad.

Este problema del enfoque ético de la actividad científica y tecnológica y su dimensión precisa en la coyuntura actual de la integración latinoamericana, debiera recibir mucha mayor atención en nuestros debates e incorporarse al acervo de nuestras comunidades científicas y en general de nuestras sociedades.

De nuevo mi experiencia de cubano, y si se me permite, vocación de latinoamericano, me ofrece confianza en que, sobre una sólida armazón de valores de ese tipo, más rápida y segura sería nuestra inserción integrada en el mundo del futuro.

En sus palabras ante el público de la Universidad de La Plata en 1922, que titulara precisamente “La Utopía de América”, el gran dominicano Pedro Henríquez Ureña señaló el camino a seguir con palabras que me permitiré citar, a manera de conclusión:

“Ahora no nos hagamos ilusiones: no es ilusión la utopía, sino el creer que los ideales se realizan sin esfuerzo y sin sacrificio. Hay que trabajar. Nuestro ideal no será la obra de uno o de dos o tres hombres de genio, sino de la cooperación sostenida, llena de fe, de muchos, innumerables hombres modestos; de entre ellos surgirán, cuando los tiempos estén maduros para la acción decisiva, los espíritus directores; si la fortuna nos es propicia, sabremos descubrir en ellos los capitanes y timoneles, y echaremos al mar las naves. Entre tanto, hay que trabajar con fe, con esperanza todos los días. Amigos míos: a trabajar”.

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