Espacios. Vol. 14 (2) 1993

La ciencia y la tecnologia en América Latina: Progreso desigual y oportunidades de cooperación

Science and technology in Latin América: unequal process and cooperating opportunities

Carlos M. Correa


El camino de la cooperación

Son numerosos los acuerdos formales y las relaciones informales establecidas entre instituciones de ciencia de América Latina y entidades de gobierno o de investigación europeas. La cooperación ha asumido generalmente la forma de becas y misiones científicas en diversas ramas. También la CEE se ha mostrado activa en el apoyo de programas del Grupo Andino (p. ej. en el área forestal) y del Istmo Centroamericano (en investigación agronómica y seguridad alimentaria).

Está pendiente aún de realización un examen comprensivo de los alcances y características de la cooperación Europa-América Latina en el área científico tecnológica (2). Algunos datos indican que dicha cooperación ha sido fragmentaria pero que, en conjunto, resulta equivalente o tal vez levemente superior a la prestada a la región por los Estados Unidos. En Venezuela, por ejemplo, el 22% de los recursos de cooperación técnica internacional provenían (en 1987) de tres países europeos (Francia, Alemania e Italia), contra 21% de los Estados Unidos; en Argentina, un número casi igual de acuerdos de cooperación fueron establecidos con Francia y España, entre 1984 y 198, que con los Estados Unidos entre 1973 y el último año citado. En términos de convenios empresarios de transferencia de tecnología, Europa ha sido una fuente significativa de know-how y licencias para las firmas latinoamericanas. Así, en Argentina el 47,7% de los contratos de transferencia de tecnología suscritos entre 1977 y 1987 (y el 51,5% de los pagos efectuados al exterior por ese concepto) correspondieron a empresas de Europa Occidental (Instituto Nacional de Tecnología Industrial, 1988). En el Brasil, 24,4% de los contratos de aquel tipo registrados (en 1988) se originaban en seis países europeos, una proporción mayor a la proveniente de los Estados Unidos (19,6%) (Instituto Nacional de Propiedad Industrial, 1988). Los países del Grupo Andino (Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela) tienen también a los países europeos entre los mayores proveedores de licencias y Know-how, en una posición similar a la de los Estados Unidos (Junta del Acuerdo de Cartagena, 1988).

Los datos indicados evidencian, en síntesis, que existe ya una cierta vinculación entre América Latina y Europa en ciencia y tecnología, aunque se carezca de una evaluación de su extensión e impacto. Es dudosa la medida en que ella responde, empero, a los nuevos requerimientos emergentes del cambiante escenario regional e internacional. En primer lugar, es claro que la revolución institucional en curso en Europa del Este abre un espacio inmenso y prioritario para la acción de los países de Europa Occidental; no escapa a América Latina que la constitución de una Europa sin muros divisorios coloca en primer plano la cooperación al interior del propio continente europeo. Segundo, en la actual etapa de la economía mundial, las decisiones científicas y tecnológicas están condicionadas por el surgimiento de un mercado mundial global. En la política industrial y tecnológica y en las decisiones privadas que le conciernen, “rien n’échappe á la globalisation” (Humbert, 1989). Tercero, esa globalización, que alcanza al sector industrial de manera particular, y el protagonismo creciente del sector privado en las economías latinoamericanas colocan a la cooperación tecnológica principalmente en el plano de las relaciones inter-empresarias, antes que entre naciones como tales. La iniciativa italiana de creación de “Clubes Tecnológicos” -instrumentada con la Argentina y Venezuela- para fomentar la asociación empresarial en el campo tecnológico, se inscribe precisamente, en esta dirección.

A partir de la actual realidad latinoamericana y europea, surgen diversos escenarios posibles para una relación futura entre ambas regiones. Por un lado, es posible que la difusión de las nuevas tecnologías, la tendencia al proteccionismo tecnológico y científico, la integración del mercado único europeo en 1992, la extensión de las fronteras dentro del propio continente, acentúen la brecha que separa a Europa de América Latina y limite la importancia relativa tanto de los flujos tecnológicos como científicos hacia el área latinoamericana. De hecho, en la década del ochenta, se ha observado ya una declinación general de los flujos de tecnología e inversiones directas en la relación Norte-Sur, que ha afectado muy particularmente a una América Latina endeudada y estancada en su crecimiento económico (Unctad, 1987). Las divergencias entre los países europeos, tal como se evidenciaron en el seminario Eureka de Florencia, en marzo de 1990, en torno de la participación de empresas latinoamericanas en el Proyecto “Eureka”, es una expresión de las tendencias autocentradas y excluyentes a las que conducen aquellos procesos.

Un segundo escenario supone, sin desconocer los procesos en curso, un reconocimiento de carácter estratégico por parte de Europa y América Latina de sus fortalezas y debilidades y de la potencialidad de una acción conjunta en campos específicos. Tal como se señaló más arriba, coexiste en América Latina un cuadro de subdesarrollo científico-tecnológico con “bolsones” de excelencia. Tras una década perdida, el (esperado) relanzamiento del crecimiento económico latinoamericano abrirá oportunidades económicas significativas. La aún imprecisa “Iniciativa para las Américas” del Presidente Bush no hace sino indicar el interés de los Estados Unidos en posicionarse apropiadamente para la nueva etapa con un socio comercial no desdeñable: las exportaciones estadounidenses hacia América Latina superan las destinadas al Japón; México, aún considerado aisladamente, es el tercer socio comercial de los Estados Unidos, después de Canadá y Japón. Por otra parte, es claro que Europa se debate actualmente por mantenerse activa en la carrera por la supremacía tecnológica que lideran los Estados Unidos y Japón. La industria electrónica e informática europea manifiestan hoy el impacto de una competencia externa -particularmente del Japón y de otros países asiáticos- que le resulta difícil contrarrestar. En biotecnología, no obstante los esfuerzos realizados, Estados Unidos mantiene un liderazgo tecnológico y productivo que puede darle ventajas sustanciales en el nuevo “paradigma” generado por aquella.

En este segundo escenario, Europa y América Latina pueden encontrar nuevos senderos de cooperación tanto en el plano científico como tecnológico. Para algunos líderes europeos, es claro que más allá del “imperialismo moral” para Europa de ayudar al Sur a cerrar la brecha con el Norte,” ... strengthening the technological capabilities of the Third World should not be viewed as running counter to the interest of industrialised countries themselves. In fact, the long term growth of the mayor OECD economies increasingly depends on the growth of world demand for the output of their sophisticated industries and related services. Helping developing countries to upgrade their scientifc and technological system can be done without endangering the competitive position of OECD economies”. (Colombo, 1990). En este escenario, el desafío mayor es buscar nuevas formas de complementariedad basadas en un principio de solidaridad (no variedad( internacional y mutuo beneficio. Ello supone, por un lado, una inserción más plena de las herramientas de cooperación internacional tanto en las estrategias de los países latinoamericanos como europeos; y, por el otro, la identificación de la oferta y demanda de cooperación y la formulación adecuada de proyectos conjuntos. Con frecuencia, las mejores intenciones de cooperación son frustradas por la incapacidad de traducir buenas ideas en proyectos apropiadamente formulados.

América Latina se beneficiaría mucho, por cierto, de la transferencia de experiencia y el apoyo europeo para la puesta en marcha de proyectos del tipo ERASMUS y COMETT y otros impulsados en el marco de la CEE, así como del más flexible proyecto EUREKA. La participación de empresas latinoamericanas en este proyecto y en otros de “alta tecnología” puede ayudar a fortalecer sus capacidades y hallar nuevos mercados; más también terminará beneficiando a los propios países europeos, los que podrán aprovechar recursos humanos calificados a costos generalmente más bajos pero de nivel internacional.

Europa podría hacer aportes importantes en el campo científico técnico para mejorar las condiciones de vida en grandes centros urbanos latinoamericanos, el aprovechamiento de fuentes renovables de energía, y para la solución de otros muchos problemas socio-económicos mediante programas “paragua” del tipo EURO-ENVIRON, EUROMAR o EUROCARE. También puede cooperar en la formación de nuevos empresarios, en programas de calidad y organización industrial, y en la gigantesca tarea de la educación y la calificación de la mano de obra, puntos claves para que América Latina salga de su actual letargo.

En suma, existe un potencial significativo para una vinculación ampliada en el campo científico-tecnológico entre América Latina y Europa. Contrariamente a la que puede indicar una mirada superficial de la realidad latinoamericana en ese campo, hay en la región un desarrollo dispar que impide una caricaturización bajo los crudos términos del “subdesarrollo”.

Son muchas las demandas insatisfechas en América Latina que una vinculación de ese tipo puede contribuir a satisfacer; son importantes también las oportunidades abiertas para la búsqueda de mayores interacciones y complementariedad. Ello sólo será posible, sin embargo, si se perciben las ventajas estratégicas y de largo plazo de una tal vinculación ampliada y si las actuales tendencias en la geopolítica mundial no se toman como determinadas e irreversibles. Si Europa se cierra sobre sí misma, si no reconoce el potencial de una América Latina, que es su heredera cultural, para su propia proyección internacional; si América Latina no se esfuerza por aprovechar la heterogeneidad, que es fuente al mismo tiempo de su debilidad y de su fuerza, es probable que tanto latinoamericanos como europeos debamos lamentar una oportunidad perdida y una común falta de visión histórica.

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