Espacios. Vol. 12 (2) 1991. Pág. 13

La política tecnológica venezolana: De la economía protegida a la economía abierta

Ignacio Ávalos Gutiérrez


La realidad industrial de Venezuela: pequeñas y medianas empresas

En Venezuela la mayoría de las empresas, incluso las que son tenidas como grandes por las estadísticas oficiales, es decir, las que cuentan con más de cien empleados, carecen de la posibilidad de disponer de un laboratorio “intramuros”, e, incluso, encaran obstáculos para fortalecer su capacidad tecnológica por otras vías.

El planteamiento anterior tiene visos de callejón sin salida. ¿En realidad lo es? ¿Acaso no reivindica la ya mencionada estrategia de vinculación como único remedio? ¿Qué posibilidades tienen estas firmas de superar sus carencias y ser competitivas?

Las pequeñas y medianas empresas son hoy en día muy importantes dentro de las economías industrializadas, más aún, incluso, de lo que lo fueron hasta hace unos pocos años. Las cifras relativas a su participación en el producto industrial o en el empleo así lo atestiguan. Al contrario, en la economía venezolana la presencia de las empresas de menor tamaño me refiero al sector manufacturero no es tan significativa, a pesar de que constituyen un tema especialmente sensible, recurrente y atractivo del discurso político, que, sin embargo, ha sido abordado más por el lado ideológico que por el económico. “Small is beautiful” es más una consigna sentimental que otra cosa.

¿Por qué la diferencia entre unos países y otros?. Si en algún lugar reside la clave es en el hecho de que en las naciones industrializadas se han ido llenando los requisitos organizativos para que se dé la colaboración entre todas las empresas a fin de hacerse cada vez más competitivas. Por esta vía logran superar las limitaciones asociadas a las economías de escala, insalvables para las empresas de menor tamaño cuando actúan de manera individual, y encajan dentro de un proceso de aprendizaje que beneficia a todos. En muchas áreas industriales es difícil que por sí mismas tales firmas pueden encarar en forma exitosa su modernización productiva a través de la realización de tareas de Investigación y Desarrollo, de adquisición, asimilación, adaptación y mejora de tecnología.

Los libros modernos de economía industrial apuntan con claridad hacia un hecho: el tamaño de la empresa no es el asunto fundamental, sino la densidad de las relaciones que establecen unas empresas con las otras. Se llega a decir que el eje de la actividad industrial no es más la Empresa individual, sino la red de empresas, dentro de la que se anillan suplidores, clientes y hasta competidores. La red institucional hace posible, que tenga lugar un proceso de capacitación tecnológica para todos sus integrantes, a través de un abanico extenso de actividades (incluyendo las de investigación y desarrollo), el cual resultaría difícil de llevar a cabo en forma aislada.

Cada red varía de acuerdo a la naturaleza de las empresas que enlaza. Desde el punto de vista de su comportamiento, de sus características y exigencias tecnológicas hay muchas y grandes distinciones, tal y como lo recoge una taxonomía laborada por el Profesor Keith Pavitt.

Para decirlo en otras palabras, la “tecnologización” no es igual en cada caso y no lo es, por tanto, la necesidad de información tecnológica, de llevar a cabo cambios técnicos o de contar con laboratorios propios de I&D.

Las redes institucionales de que vengo hablando no necesariamente se limitan a las que se puedan establecer dentro del país. Hay una dimensión internacional importante que, desde luego, tiene sus variantes tanto en términos de su funcionamiento, como, incluso, de sus efectos sobre la economía nacional. Aquí entramos en un tema que debería, por sí solo, ser objeto de otro ensayo. Me refiero al de la necesidad de establecer acuerdos variables con empresas de otros países con propósitos de desarrollo tecnológico a industrial. La llamada globalización económica los ha puesto a la orden del día y sus implicaciones son muy importantes. Se están dando cada vez más a menudo las relaciones en términos de “paquetes” en los que se intercambian tecnologías, ventajas para la fabricación (ubicación geográfica, por ejemplo), mercado, acceso a materias primas. Hay una tendencia a no comercializar la tecnología en forma separada. La vinculación entre compradores y proveedores es cada vez mayor y se hacen menos frecuentes los acuerdos de licencias o los contratos llave en mano, los cuales tienen a la tecnología como única razón de ser. Estas cosas obligan, por lo menos a repensar el concepto de “industria nacional” y, como ya hice referencia, el de “tecnología nacional o el de “independencia tecnológica”.

En síntesis, y dentro de sus múltiples modalidades, buena parte del desarrollo tecnológico de la actualidad se escribe por intermedio de arreglos organizativos que conjugan esfuerzos, informaciones y capacidades de empresas y centros de investigación (nacionales y extranjeros) en función de la creación de unas tecnologías que luego se comparten. Resulta casi irónico, por cierto, observar que en buena medida la economía de mercado funciona gracias a la apropiación colectiva de una porción significativa del conocimiento tecnológico.

La moraleja es clara. Enunciada de manera general, sin los detalles que surgen de las explicaciones mayores, podría quedar como sigue: en muchas áreas industriales, las pequeñas y medianas empresas venezolanas (y aún la mayor parte de las consideradas grandes, como señalé) tendrán pocas oportunidades de sobrevivir en el seno de una economía más abierta y competitiva, a menos que se integren a una red institucional que potencie sus posibilidades y anule las debilidades tecnológicas derivadas de su tamaño. Aunque en Venezuela hay experiencias exitosas en este sentido, creo que esta visión no es moneda de use corriente.

Conclusión: la transformación institucional

Hasta aquí he pretendido plantear algunas ideas que, más allá de cuan ciertas o equivocadas estén, ponen sobre el tapete la urgencia de que discutamos la manera de formular una política tecnológica acorde con nuestra incipiente economía de mercado. Hay que pensar en la revisión de conceptos y de puntos de vista. Y, además, trabajar en una gran reforma institucional que permita, para decirlo muy resumidamente, que el país cuente con un “sistema nacional de innovación”, vale decir, un tejido de relaciones que posibiliten la vinculación efectiva entre ciencia, tecnología, producción y mercado y, a partir de allí, la puesta en movimiento de los procesos de generación, difusión y utilización de innovaciones tecnológicas; en otras palabras, que permita juntar distintas capacidades (información, conocimientos, destrezas, equipos, recursos financieros), ubicados en diferentes instituciones (laboratorios públicos, centros de investigación universitarios, entidades financieras, empresas de bienes de consumo, fabricantes de bienes, de maquinarias y equipos, firmas de ingeniería, centros de información) a los fines de hacer posibles los procesos de cambio técnico y hacer más competitiva a nuestra industria.

REFERENCIAS

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