Espacios. Vol. 6 (1) 1986. Pág 5

Sobre las tecnologías alternativas

Rafael de la Cruz (Cendes-UCV)


Índice

RESUMEN:

El presente artículo, escrito en tono más periodístico que académico, recoge algunas reflexiones en torno a las muy nombradas, pero no siempre bien comprendidas tecnologías alternativas.

El autor espera contribuir a desmitificar el tema ya apoya una estrategia válida y deseable para la Venezuela post-petrolera.

1. ¿Tecnologías Alternativas para Venezuela?

En ninguna ciudad del mundo se pueden ver tantos Mercedes Benz destartalados como en Caracas. Son miles de autos acabados, sin el necesario mantenimiento, que ruedan por las calles como monumentos animados de una opulencia pasada. Tal vez este es el mejor signo de la Venezuela post-petrolera.

En la época de abundancia nos acostumbramos a pensar que los graves problemas sociales de nuestro país se podían resolver a realazos. El pastel fue tan grande que hubo para repartir muchos, al menos durante un tiempo. Igualmente solo se pensaba en lo grande, en lo fastuoso, en lo ilimitado, cuando los problemas a resolver eran los de tipo económico y tecnológico. Todos recordamos los proyectos industriales desproporcionados, los miles de millones gastados por el Estado en la promoción de empresas, muchas veces recién nacidas, las ampliaciones aceleradas y desmesuradas de Sidor (contra las cuales se pronunciaron los sidoristas mismos}, las inversiones multimillonarias adiestra y siniestra, y los inevitables paquetes tecnológicos foráneos a los que se sometió la Nación para mantener el ritmo de industrialización impuesto por la administración de Carlos Andrés Pérez y continuando, en su filosofía, a pesar de la retórica, por la de LHC.

Tuvo que producirse el 18 de febrero para que la euforia cediera lugar a la realidad. El crak monetario del año 83 dejó a Venezuela al desnudo. No sólo ha quedado al descubierto la distorsión de nuestra economía, la fragilidad de la industria y el peso de la dependencia tecnológica que conspira contra nuestra soberanía, sino que han surgido graves dudas sobre el modelo de desarrollo que hemos seguido.

De lo que se trata no es solamente de que ya no podemos seguir importando tecnologías y bienes a Bs. 18 por dólar. Son muchos los que se preguntan sobre lo que queremos alcanzar, sobre nuestras posibilidades para lograrlo, sobre la forma como hemos vivido y sobre la forma como vivimos. Son cada día más los que dudan que el camino de la industrialización a toda costa y del desarrollismo que empezamos hace más de cuarenta años, y al que en los últimos días se le dio un fuerte empujón que nos ha llevado al borde de un abismo, sea la forma de vivir más digna y con mayor libertad. Asimismo, son cada vez más los que ven con respeto eso que se ha dado en llamar tecnologías alternativas.

Algunos hombres y mujeres han emprendido hace tiempo la poco gratificante labor de marcar pautas nuevas en ese terreno. Tal vez el más conocido es Luis Zambrano, el tecnólogo andino que ha proporcionado energía y resuelto numerosos problemas de producción en los pueblos de la zona, con medios locales. Igualmente .se conoce la obra del siempre brillante Fruto Vivas y sus proposiciones de los árboles para vivir con su tecnología de auto-construcción. La utilización de la energía solar, de los vientos, de la biomasa, la construcción de micro centrales hidroeléctricas como alternativa frente a los megaproyectos de grandes centrales o, peor aún, de reactores nucleares, la insistencia en que hay que hacer una economía de escala humana y en armonía con la naturaleza, en que hay que producir con nuestras propias fuerzas, desechando en lo posible las tecnologías duras y foráneas, no son proposiciones tecnológicas solamente. Ellas son parte de un concepto económico nuevo en el que se privilegia la independencia nacional, la autonomía de las comunidades, la eficiencia y la calidad de la vida.

Las tecnologías alternativas están siendo estudiadas con creciente interés. Esto sucede tal vez porque son ya muchas las desilusiones creadas por el tipo de desarrollo que hemos conocido hasta hoy, o tal vez porque está aumentando la importancia política de los movimientos vecinales y ecológicos que las propugnan. La razón no importa. Lo que sí interesa es que, sin pretender que estos nuevos rumbos tecnológicos son la única panacea, la situación en que ha quedado la Venezuela posterior a los Mercedes es ideal para darle la oportunidad a estas nuevas proposiciones que demuestren lo que pueden hacer.

2. Una Nueva Eficiencia

Cuando se habla de energía solar, de molinos de viento, de composteros para la agricultura, de la pequeña producción descentralizada, de autoconstrucción o de cualquier otra tecnología alternativa, muchos piensan que éstos son bellos sueños, pero nada prácticos. Algunos de buena fe, por falta de información, y otros por estrechez tecnocrática, coinciden en suponer que este tipo de tecnología es ineficiente y que su desarrollo en Venezuela debe ser descartado. Quienes piensan así creen que solamente la producción con alta intensidad de capital, de gran escala y muy concentrada permite la reducción de los costos, los aumentos de la productividad y, por lo tanto, la eficiencia. En este género de ideas hay por lo menos dos graves errores.

En primer lugar no es cierto que la producción de grandes dimensiones (también llamada economía de escala) sea la solución más eficiente de la que disponemos. Los célebres apagones de New York y la escasez de agua en Caracas, por ejemplo, prueban que algunas experiencias tecnológicas concentradas y centralizadas son vulnerables en lo que se refiere al suministro continuo de sus servicios y bienes. Muchas empresas que crecen demasiado ven aumentar vertiginosamente sus gastos de mantenimiento y sus gastos de administración y coordinación, confrontando así problemas serios de eficiencia. Igualmente los costos de algunas tecnologías duras y de los grandes complejos industriales están alcanzando cifras tan fabulosas que en ocasiones no permiten la recuperación del capital en periodos razonables, a menos que se aumenten los precios de los productos y servicios. En este caso la capacidad adquisitiva de la población se reduce, y como consecuencia se debilita la opción económica de gran escala.

En segundo lugar el concepto de eficiencia no puede reducirse al aprovechamiento máximo de los recursos con el menor costo posible. la calidad de la vida, no considerada normalmente cuando se calcula la eficiencia, debe formar parte esencial de ese cálculo. Ya en este terreno, la eficiencia-calidad de la vida de los megaproyectos es muy cuestionable. Las grandes fábricas y organizaciones de servicios no solo producen un daño inmenso, a veces irreparable, al ambiente, sino que por su complejidad y necesidad .de constante crecimiento exigen una organización vertical del trabajo, que dificulta la democracia. La capacidad de intervención de los obreros y empleados en la marcha de la empresa es casi nula. La democracia llega hasta la puerta de la empresa solamente.

Frente a este tipo de limitaciones, las tecnologías alternativas representan una nueva eficiencia: 1. Por su carácter descentralizado cualquier falla solo afecta una pequeña población. 2. Por su sencillez la comunidad misma está en capacidad de repararlas rápidamente, garantizando así, con facilidad, la continuidad del servicio o producción. 3. Sus materiales son autóctonos y baratos. Sus fuentes de energía son gratis y renovables, garantizando así bajos costos si se manejan adecuadamente. El reciclaje de productos usados contribuye al abaratamiento del que hablamos. 4. No son contaminantes y su impacto en el ambiente y en la salud es mínima. 5. Por sus dimensiones y formas de organización abren posibilidades de extender los principios democráticos al terreno del trabajo.

En Venezuela estamos en un período de austeridad económica. Es una magnífica ocasión para apoyar la emergencia de este estilo tecnológico. Es un buen momento para permitir que al lado de la estructura industrial actual florezcan estos espacios de autonomía que refuerza nuestra seguridad económica y política.

3. La Tecnología compulsiva

Uno de los más importantes debates que se han sostenido en Venezuela durante muchos años, y en particular en los últimos meses, es el de la necesidad de crecimiento económico y de su inseparable compañero, el crecimiento tecnológico. Pero, ¿nos hemos preguntado qué significa ésto?

Cierta literatura propone la idea de que la humanidad ha seguido una escala ascendente a lo largo de la historia, adquiriendo cada vez más conocimientos y logrando cada vez mayor bienestar. Según esta versión, el desarrollo y el crecimiento existen desde que el ser humano apareció sobre la tierra. Sería algo propio de la actividad de nuestra especie. Sin embargo, esta forma de ver las cosas no puede explicar porque durante cientos de siglos el ritmo de descubrimientos tecnológicos fue tan lento y en los últimos trescientos años tan vertiginoso.

En efecto, hace un millón de años empezamos a fabricar herramientas de piedra. El fuego lo conocemos desde hace cuatrocientos mil años, y la agricultura desde hace doce mil. La era de los metales empieza en el siglo ocho a.c., con el cobre y tienen que pasar más de seis siglos para que se extienda el uso del hierro. Los hallazgos científicos y matemáticos de los egipcios y los griegos al igual que las diferentes máquinas generadoras de energía como los molinos de vientos y de agua, no produjeron durante todo ese tiempo una acumulación acelerada de inventos y de aplicaciones técnicas. A su vez, desde el siglo XVII hemos saltado de la máquina de vapor a los cohetes espaciales, de los telares manuales a las computadoras, del arado a la ingeniería gen ética, del caballo a los aviones ultrasónicos, del reloj artesanal a la radio, el teléfono, el radar, la televisión y tantos otros innumerables instrumentos con los que estamos deformando el aspecto de la tierra.

Para entender éste fenómeno la noción de una historia continua a lo largo de la cual se produce el ascenso del hombre es poco útil. Necesitamos acudir a la idea de una historia que evoluciona por rupturas, y la ruptura que se produce hace trescientos años es el surgimiento de la sociedad industrial. Este tipo peculiar de economía, compartida tanto por el capitalismo como por el socialismo actualmente existente, crece de manera compulsiva. Por su organización interna requiere crecer independientemente de las necesidades humanas. Nunca antes había pasado ésto. Las demás formas de producir que había ingeniado el hombre crecían o decrecían siguiendo las necesidades de la población y las exigencias de lucro de las clases poderosas. De manera que si un año se producía menos que otro porque había disminuido la población a causa, por ejemplo, de una peste, eso no generaba una crisis. Pero, en la sociedad industrial, para averiguar la salud de la economía lo primero que se hace es verificar el crecimiento del producto por año. Crecer o morir pareciera ser el lema inevitable de nuestra actual forma de producir los bienes y servicios que necesitamos, y los que no necesitamos también.

La principal expresión de esta carrera contra reloj es el crecimiento y la complejización creciente de las máquinas. Los asombrosos saltos tecnológicos de los que somos testigos estos últimos siglos no surgen por azar, sino que son la consecuencia de la industrialización. Una economía compulsiva engendra una tecnología igualmente compulsiva. Dicho esto se puede entender que cualquier proposición que estimule la creación de tecnologías alternativas, de escala humana y descentralizadas, debe promover formas económicas distintas al esquema de crecimiento compulsivo actual. De otro modo lo pequeño y hermoso con el tiempo se verá obligado a ser otra vez grande y centralizado.

4. El problema nuclear: antítesis de las formas tecnológicas alternativas

Desde hace más de una década los movimientos ecologistas de Estados Unidos y Europa se han opuesto al desarrollo de centrales atómicas como fuente de energía. La resistencia se ha ido generalizando poco a poco, y son cada vez más las personas que piensan que los peligros de esa fuente energética son mucho mayores que los beneficios. En países como Suecia y Austria la población se ha pronunciado, por referendum, en contra de la fisión nuclear, y en general, este tipo de programas han sido retrasados o abandonados en casi todos los países que una vez depositaron sus esperanzas en ellos.

Si aún había alguna duda sobre los riesgos de las centrales, el desastre de Three Mile Island en Pennsylvania disuadió a muchos que dudaban. El escape de gases radioactivos y el peligro de explosión de una burbuja de hidrógeno que se formó sobre el reactor, fueron los hechos más espectaculares que mantuvieron la angustia de millones de hombres y mujeres en todo el mundo, a fin de marzo y principio de abril de 1979. Sin embargo, el verdadero drama es la contaminación que sufrieron miles de personas que vivían en la región, y cuyas consecuencias aún están por descubrirse. Ya no es un secreto que niveles de radioactividad que hasta hace poco se consideraban inocuos, desencadenan tumores cancerígenos muchos años después de haberlos absorbido. Los partidarios de la energía nuclear habían argumentado hasta ese momento que un accidente de este tipo era tan improbable como que alguien fuera aplastado por un meteorito. Las estadísticas salieron a relucir para tranquilizar a los incautos. Todo parecía color de rosa. Pero sucedió el accidente. Ahora sabemos también, por informaciones no oficiales, que otro tipo de problemas han tenido lugar en otras centrales de EE.UU. y de la Unión Soviética.

Estas circunstancias, los costos de las plantas y el inmanejable asunto de los desechos radiactivos han convencido a bastos sectores de población y a muchos responsables de los círculos científicos y políticos que apoyar esta estrategia es una irresponsabilidad y un suicidio.

Frente a las graves consecuencias de la fisión nuclear, hay quienes piensan que la fusión puede ser una salida. Este proceso no genera materiales radiactivos, y por lo tanto reduce considerablemente los peligros de contaminación en ese terreno. En contrapartida, la contaminación térmica persiste, los costos son excesivamente elevados y no se tiene aún certeza sobre las consecuencias específicas de la fusión para el ambiente.

No obstante, aunque la fisión aparece con un potencial destructivo muy superior a la fusión, ambas formas de energía nuclear coinciden en un punto: su proceso de producción está inevitablemente asociado a la centralización. Por un lado, la estructura técnica que necesitan estimula la generación de un reducido número de tecnonucleócratas que “cocinan” las decisiones y se reportan sólo a las más altas instancias de las multinacionales y del Estado. Por otro lado, la complejidad en parte real y en parte mítica de lo atómico, bloquea las posibilidades de participación de los ciudadanos en la formulación de políticas para un tema que nos afecta tanto. De todas las manifestaciones de la nueva ola tecnológica, la industria nuclear es la más antidemocrática. Es la que más nos recuerda la megalomanía y el desarrollismo que nos ha conducido hasta la crítica situación que hoy padecemos en Venezuela.

Los vientos de descentralización, democratización, aumento de la calidad de la vida y autonomía que elevan los nuevos movimientos vecinales, eco lógicos y culturales, y que ya tienen eco en algunos sectores de los partidos políticos y de las universidades, pueden quedarse en letra muerta, si se desarrollan programas como los concernientes a la energía nuclear. En un país como el nuestro, bañado por el sol, cruzado por corrientes fluviales y por vientos constantes, con un potencial geotérmico, de bio-masa y de mares enorme, el uso del átomo es simplemente innecesario dentro de un esquema económico razonable.


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