ISSN 0798 1015

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Vol. 39 (Nº 04) Año 2018. Pág. 26

Las emociones y las pasiones en Aristóteles: conceptualización e interpretación

Aristotle's emotions and passions: conceptualization and interpretation

Luis Fernando GARCÉS Giraldo 1; Conrado de Jesús GIRALDO Zuluaga 2

Recibido: 24/09/2017 • Aprobado: 30/10/2017


Contenido

1. Introducción

2. Metodología

3. Resultados

4. Conclusiones

Referencias bibliográficas


RESUMEN:

Se evidencia en el texto como Aristóteles, a partir de algunas de sus connotadas obras, nos acerca al mundo de las emociones que experimenta el ser humano, en particular nos permite conocer las emociones de la ira, la compasión, el temor y la envidia, para que a través del conocimiento específico de la teoría relacionada en cada una de ellas, se puedan establecer sus características más importantes.
Palabras clave Emociones, Aristóteles, ira, compasión, temor, envidia.

ABSTRACT:

It is evident in the text how Aristotle, from some of his connotadas works, brings us to the world of emotions that the human being experiences, in particular allows us to know the emotions of anger, compassion, fear and envy, to that through the specific knowledge of the theory related in each one of them, its most important characteristics can be established.
Keywords Emotions, Aristotle, anger, compassion, fear, envy.

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1. Introducción

Algunos autores se han ocupado del tema de las emociones desde la antigüedad, como es el caso de Aristóteles quien da bases sobre las emociones, para varios autores que han tratado el tema en la actualidad y se han pronunciado al respecto.

Se inicia afirmando que las emociones son mecanismos de reacción rápida en situaciones inesperadas y que se manifiestan de manera automática; además son fenómenos inesperados que pueden derivarse en situaciones más simples.  Pero si hablamos de reacciones inesperadas, debemos decir que además de ello, también son reacciones instintivas y de naturaleza altamente cognitivas, como lo afirmaba Aristóteles y dependen de la manera como interpretamos las emociones, como si fueran el comportamiento y los motivos de los otros (Konstan, 2004, p. 48). Aristóteles en su obra sobre la Retórica, nos dice que las emociones son las causantes de que los hombres cambien sus juicios (Aristóteles, 2010b, p.696):

Porque las emociones son, ciertamente, las causantes de que los hombres se hagan volubles y cambien en lo relativo a sus juicios, en cuanto que de ellas se siguen pesar y placer. Así son, por ejemplo, la ira, la compasión, el temor y otras más de naturaleza semejante y sus contrarias. Ahora bien, en cada una se deben distinguir tres aspectos: en relación a la ira –pongo por caso-, en qué estado se encuentran los iracundos, contra quienes suelen irritarse y porqué asuntos; pues si solo contamos con uno o dos de esos aspectos, pero no con todos, no es posible que se inspire la ira.

Para Aristóteles, es de acuerdo con las facultades emotivas, donde los seres humanos son susceptibles de impresionarse y que también en función de los estados habituales, es donde se tiene la inclinación a las pasiones experimentadas de cierta manera o encontrándose libre de ellas (Aristóteles, 2011a, p. 41). Para aclarar esta reflexión, Aristóteles en la Ética eudemia, establece la diferencia que existe entre las pasiones, facultades y modos de ser, así (Aristóteles, 2001a, p. 42):

[…] Llamo pasiones a lo que sigue: indignación, temor, vergüenza, apetito y, en general, todo lo que en sí mismo va, comúnmente acompañado de placer o dolor. Y no hay ninguna cualidad que les corresponda, pero sí con respecto a las facultades. Llamo facultad a aquello que en virtud de lo cual los que actúan según sus pasiones son llamados de acuerdo con ellas; por ejemplo, irascible, insensible, amoroso, púdico, desvergonzado. Los modos de ser son las disposiciones causantes de que lo que hay en nosotros sea conforme o contradictorio con la razón, por ejemplo, valentía, moderación, cobardía, intemperancia.

De la misma manera en la Magna Moralia, se refiere a las cosas que deben de haber en el alma, indicando que son las pasiones, las facultades y los hábitos y que por tanto la virtud, tendrá que ser alguna de ellas (Aristóteles, 2011b, p.147):

Son pasiones la ira, el miedo, el odio, el ansia, la envidia, la piedad y las cosas semejantes, a las cuales suelen acompañar dolor y placer. Son facultades, en cambio, las realidades anímicas en virtud de las cuales se dice que somos capaces de sentir esas pasiones, como aquellas en virtud de las cuales somos capaces de sentir cólera, dolor, compasión y los sentimientos semejantes. Lo hábitos, por su parte, son aquellas realidades anímicas en virtud de las cuales tenemos una actitud buena o mala.

Es propio de los hábitos tener una buena o mala actitud; y el tener una buena actitud respecto a ellas, consiste en no tener ni el exceso ni el defecto; de esta manera si el hábito consiste en tener una buena actitud; éste, se dirige al término medio de aquellas cosas que son elogiadas; mientras que el hábito que se dirige a las malas actitudes, se inclinan hacia el exceso o el defecto (Aristóteles, 20111b, p. 148).

Para el Estagirita, el carácter de una persona puede ser definido como bueno o malo, por el hecho de buscar o evitar ciertos placeres o dolores; esto se hace evidente a partir de la definición anterior de pasiones, facultades y modos de ser; las facultades y los modos de ser, están en relación con las pasiones, y éstas se distinguen por el dolor y el placer (Aristóteles, 2011a, p. 46). Konstan, hablando del dolor en el pensamiento de Aristóteles (2004, p. 49): “El dolor, sin embargo, no es una emoción. Es como dice Aristóteles, una sensación (aisthesis). Pero nuestras respuestas al dolor incluyen respuestas emocionales […]”

Muchos de estos padecimientos a los que se refiere Aristóteles son introducidos en varios de sus libros como es el caso de la Ética a Nicómaco, la Ética a Eudemo y la Magna Moralia; en ellos afirma que se deben de considerar en los seres humanos como modos de ser, el placer y el dolor; es el caso de la Ética Eudemia en ella dice que (Aristóteles, 2011a, p. 46):

Las facultades y modos de ser están en relación con las emociones o pasiones, y éstas se distinguen por el dolor y el placer. Los hombres son malos a causa de los placeres y de los dolores, por buscarlos y evitarlos o como se debe o los que no se debe.

Además uno de los escritos donde desarrolla este tema con más claridad en su Ética a Nicómaco; donde relaciona directamente los placeres y dolores con la virtud moral (Aristóteles, 2010a, p. 56):

Hay que considerar como una señal de los modos de ser el placer o dolor que acompaña a las acciones […] la virtud moral, en efecto, se relaciona con los placeres y dolores, pues hacemos lo malo a causa del placer, y nos apartamos de bien a causa del dolor.

La virtud, es el término medio de tales pasiones y las pasiones son o dolores o placeres, o al menos no se dan sin dolor ni placer; es por tanto como la virtud tiene que ver con los dolores y los placeres (Aristóteles, 2011b, p. 148).

El propósito de este artículo es hacer una conceptualización e interpretación de las emociones a partir de los aportes de Aristóteles, específicamente desarrollando las emociones de la ira, la compasión, el temor y la envidia.

2. Metodología

Se utilizó para dar respuesta a la pregunta formulada en el proyecto de investigación el método hermenéutico, a partir de un ejercicio de intertextualidad desde un horizonte de comprensión, donde se relacionan los asuntos éticos como elementos filosóficos fundamentales para plantear las emociones de la ira, la compasión y el temor, desde la mirada de algunos textos que han sido referentes de Aristóteles a través de la historia.

3. Resultados

En el texto se desarrollan las emociones de la ira, la compasión y el temor, para entenderlos desde la mirada aristotélica, así:

3.1 La ira

Es así como la ira, para el Estagirita es una apetito de venganza, manifestado por un desprecio contra uno mismo o contra los otros, sin que se tenga razón para tal desprecio; el que la padece (el iracundo) se encoleriza contra un individuo concreto, por algo que le han hecho o le iban a hacer a él mismo o a los suyos; a la ira le sigue cierto placer por la necesidad de venganza; al iracundo por esta razón lo acompaña cierto grado de placer, caracterizado por el grado de venganza que desea obtener (Aristóteles, 2010b, p. 698).

En la Magna Moralia, Aristóteles habla respecto al hecho de encolerizarnos y la posibilidad de estar en el término medio, como una disposición a las actitudes buenas (Aristóteles, 2011b, p. 147):

[…] con respecto al hecho de encolerizarse: si somos irascibles en exceso, tenemos una mala actitud respecto a la ira, pero si no nos encolerizamos en absoluto en aquellos casos en los que es preciso hacerlo, nuestra disposición es igualmente mala. Por tanto, el estar en un término medio consiste en no encolerizarse en exceso ni ser completamente insensibles. Pues bien, cuando nos encontramos en esa disposición, nuestra actitud es buena. Y parecidamente con respecto a los otros sentimientos semejantes. Pues el buen temple y la mansedumbre se encuentran en el término medio entre la ira y la insensibilidad a la ira.

Para Aristóteles es importante aclarar que por causa del apetito irascible y de la ira, se generan las venganzas (Aristóteles, 2010b, p. 657):

Pero la venganza se diferencia del castigo, ya que el castigo está motivado por quien lo padece y, en cambio, la venganza por quien se la toma con el fin de satisfacerse. Y finalmente, por causa del deseo pasional se pone en práctica todo aquello que aparece como placentero.

En el mismo sentido, los iracundos experimentan un grande placer al vengarse y gozan si esto les causa algún tipo de esperanza (Aristóteles, 2010b, p. 663); por que como lo afirma el Estagirita (Aristóteles, 2010b, p. 698): “Es placentero, en efecto, pensar que se podría conseguir aquellas cosas que se desean; […] es por esto que el iracundo desea lo que le parece que se puede hacer”.

Como se ha dicho, al iracundo lo acompaña cierto placer, porque además ocupa su tiempo pensando en la venganza; todo lo que se imagina de esto, le genera un placer parecido al que se siente cuando se sueña (Aristóteles, 2010b, p. 699).

Se hace necesario, establecer las disposiciones por las que las personas se encolerizan o los que sienten la ira: cuando se le pone a alguien un obstáculo directa o indirectamente; también cuándo se le lleva la contraria a alguien y no se colabora con él o se perturba de alguna manera; los que desean algo ardientemente y no se les satisface su pasión; también, cuándo se desprecia una situación de aquellos que la han deseado. Aristóteles, al respecto aclara que (Aristóteles, 2010b, p. 702):

Porque cada cual hace camino en su propia ira, víctima de la pasión que lo posee. Y, por lo demás, esto mismo es lo que sucede si por casualidad se recibe algo que no se espera, ya que en este caso todavía molesta más lo muy inesperado, por la misma razón que lo muy inesperado es fuente de mayor gozo, si ocurre algo que uno quiere.  De lo cual se hace también claro cuáles son los momentos, tiempos, estados de ánimo y edades estimulantes para la ira y dónde y cuándo se produce esta, así como que, cuando más se está en estas condiciones, más proclive s es a la ira.

Aquellos que tienen estas disposiciones, son propensos a la ira y se encolerizan contra los que se ríen, burlan y mofan de ellos, puesto que se sienten ultrajados por estos; de la misma manera se encolerizan con aquellos que muestran desdén hacia las cosas por las que ellos se interesan (Garcés y Giraldo, 2014). También se encolerizan más con los amigos que con los que no lo son, ya que les parece justo ser tratados bien por ellos y no al contario; se encolerizan también, con aquellos que no actúan con justa reciprocidad y contra aquellos que obran en contra suya; con los amigos sino actúan bien de palabra o de obra y más aún si actúan en contra nuestra o por no percibir que los necesitamos. Igualmente, contra los que se alegran de las desgracias; de la misma manera contra los que no se ponen a pensar si van a causar una pena; contra los que prestan oídos o se dedican a hacer examen de nuestros defectos (Aristóteles, 2010b, p. 703-704).

Pero Aristóteles en su Retórica, nos dice que existen cinco clases de personas ante las que se siente ira, porque nos desprecian (Aristóteles, 2010b, p. 704):

[…] ante los que compiten con nosotros en honor, ante aquellos que admiramos, o de los que queremos ser admirados, y ante los que nos inspiran respeto, o nosotros se los inspiramos a ellos; si alguien nos desprecia delante de éstos nuestra ira es ciertamente mayor. También nos encolerizamos contra quienes desprecian a cuantos resultaría vergonzoso que no socorriésemos, como es a nuestros padres, hijos, mujeres o subordinados. E igualmente contra los que no muestran agradecimiento ante un favor, porque ponerse al margen de lo debido constituye desprecio; contra los que ironizan frente a los que hablan en serio, ya que la ironía es muestra de desdén; y contra los que son beneficiarios de otros, pero no nuestros, pues asimismo es muestra de desdén el no considerar a uno digno de lo que se considera a otros.

Pero también, el olvido hasta de las cosas más insignificantes, como son los nombres producen ira, porque este se considera un signo de desprecio; además porque el olvido se considera una falta de interés y este se considera una cierta clase de desprecio (Aristóteles, 2010b, p. 704-705).

Lo contrario de la ira es la calma; y esta se define en Retórica como (Aristóteles, 2010b, p. 705):

[…] la calma es un apaciguamiento y pacificación de la ira. En este caso si los hombres se encolerizan contra quienes los desprecian y el desprecio es voluntario, es evidente que con los que no hacen nada de esto, o lo hacen o parecen hacerlo involuntariamente, se permanece en calma.

También se genera la calma contra con los que reconocen sus faltas y piden perdón, porque hacen cesar la ira, por el hecho de haber sentido el malestar que se genera por lo que han hecho; se siente calma ante aquellos que se nos presentan humildes; con ello, ponen de manifiesto que sienten temor y nadie que teme, hace desprecio; de la misma manera cesa la ira, frente a los que no son soberbios, burlones o desdeñosos con nadie; ni tampoco con las buenas personas (Aristóteles, 2010b, p. 707).

Existen además, algunas disposiciones que son favorables para la calma, una de ellas es propia del miedo y la vergüenza; se permanece calmado, ante quienes se sienten estas disposiciones; porque es imposible al mismo tiempo, sentir miedo e ira; de la misma manera se siente calma frente a aquellos que actuaron con ira, porque esto indica que no actuaron por desprecio, al respecto se dice que (Aristóteles, 2010b, p.707): “[…] ciertamente, nadie que está encolerizado desprecia, ya que el desprecio se hace sin pesar propio, mientras que la ira implica pesar. Y tampoco se encoleriza uno contra los que están avergonzados”.

Además, no sienten ira (calmos) aquellas personas que están en una disposición contraria a esta emoción; como por ejemplo los que están en: el juego, en la risa, en la fiesta, en el éxito, en la feliz realización de una empresa, en la sobreabundancia y en general, en toda situación en ausencia de pesar, de placer no insolente y de honrada esperanza (Aristóteles, 2010b, p. 707). El tiempo es un aliado en la reacción contra la ira; al respecto el Estagirita indica lo siguiente, además de esbozarlo con un ejemplo (Aristóteles, 2010b, p. 707):

Además, son también calmos los que dejan pasar el tiempo en vez de someterse súbitamente a la ira, porque el tiempo aplaca la ira. Como también aplaca incluso la ira más grande contra uno al que ya antes se haya tomado venganza con otro. Y por eso contestó bien Filócrates cuando, estando el pueblo encolerizado contra él, alguien le preguntó: “¿por qué no te defiendes?”. –“Todavía no.” –“Pues ¿Cuándo?” –“Cuando vea que han denigrado a otro”. Porque en efecto las gentes se tornan calmas, después que han consumido su ira en contra de otro.

No se siente ira, con lo que es justo , debido a que en este caso, se considera que no se sufre un mal sin que haya razón para ello; es mejor llamar la atención de forma verbal, que llegar al castigo (Aristóteles, 2010b, p. 708).

3.2 La compasión

Ahora refiriéndonos a la compasión, Aristóteles en su Retórica la desarrolla como un cierto pesar por la aparición de un mal destructivo y penoso en quien no lo merece, que también lo podría padecer uno mismo u otra persona cuándo está próximo a suceder, porque aquel que siente compasión está en la capacidad de creer que él mismo o alguno de sus allegados van a sufrir un mal. No sienten compasión los que están completamente perdidos, ni tampoco los que se creen muy felices,  porque estos por lo general se encuentran llenos de soberbia y además, piensan que cuentan con todos los bienes que les generan la felicidad y no padecer ningún mal  (Aristóteles, 2010b, p. 731-733).

Se es compasivo, si se estima que existen personas honradas de sentir esta pasión o emoción, porque no todas las personas sufren daños que puedan causar compasión por ellos; además, cuando se recuerda que a uno mismo o a los suyos le han acontecido cosas de la misma naturaleza o les puedan llegar a suceder (Aristóteles, 2010b, p. 734).

Las cosas que producen compasión son: aquellas que resulten destructivas, principalmente las que causen pesar, dolor físico; también las que provoquen la muerte y los males grandes que puedan ser causados por la fortuna; así:

Son males dolorosos y destructivos la muerte, las violencias para con el cuerpo, los malos tratos, la vejez, las enfermedades y la falta de alimento; son en cambio, males cuya causa es la fortuna la ausencia o la escasez de los amigos (y por eso es digno de compasión el ser arrancado de los amigos y los compañeros), la fealdad, la debilidad física, la invalidez, el que resulte un mal de aquello de que era justo que resulte un bien y el que esto suceda muchas veces, así como el que venga a producirse una cosa buena después de que ya se ha sufrido un mal.

Se es compasivo también, con los conocidos; a los semejantes a nosotros en edad. Costumbres, modos de ser, categoría o linaje, por lo que nos da la sensación de que el mal objeto de la compasión, nos podría suceder a nosotros mismos o a los nuestros (Garcés y Giraldo, 2012). En general, se debe admitir que aquellas cosas que tememos para nosotros, estas mismas son las que nos producen compasión cuando les suceden a otras personas, con una característica que es similar a las otras emociones o pasiones, y es la de que estos padecimientos se muestren inminentes y próximos en el tiempo; por tanto, es más digno de compasión lo que ha sucedido hace poco o lo que va a suceder inmediatamente así (Aristóteles, 2010b, p. 736):

Y como los padecimientos que se muestran inminentes son los que mueven la compasión, mientras que los que ocurrieron hace diez mil años o los que ocurrirán en el futuro, al no esperarlos ni acordarnos de ellos, o no nos conmueven en absoluto o no de la misma manera, resulta así necesario que aquellos que complementan su pesar con gestos, voces, vestidos y en general, con actitudes teatrales excitan más la compasión, puesto que consiguen que el mal aparezca más cercano, poniéndolo ante los ojos, sea como inminente, sea como ya sucedido.

Además,  nos produce e inspira la compasión, el que personas virtuosas se encuentren en situaciones de pesar, por algunos males que les han sucedido; todo esto por ser cercano, provoca la compasión o piedad y mucho más cuándo el padecimiento es inmediato y es fácil de detectar con nuestros ojos (Aristóteles, 2010b, p. 737). Konstan (2004, p. 49) hace una interpretación de la compasión en Aristóteles:

La compasión (eleos), la provoca no el sufrimiento en sí sino el sufrimiento inmerecido. En palabras de Aristóteles, la compasión es “una clase de dolor en el caso de un daño obvio, destructivo o doloroso en una persona que no lo merece” [..] Como dice Aristóteles, la compasión responde al sufrimiento inmerecido, y alguien que sufre por propia voluntad no entra en este caso.

Lo contrario a la compasión, es la indignación ; esta se produce o es similar, al pesar que se experimenta por los males o las desgracias de las otras personas, y mucho más si son inmerecidas, esta emoción o pasión, es muy parecida a lo que se siente por los éxitos inmerecidos de los otros (Garcés y Giraldo, 2012). Para Aristóteles, ambas pasiones son propias de las personas honestas, porque es tan propio de los buenos, entristecerse y sentir compasión por los que sufren un mal sin merecerlo, como indignarse contra los que son inmerecidamente felices (Aristóteles, 2010b, p. 737-738). Aristóteles aclara contra quienes se siente indignación y lo aclara en la siguiente cita (Aristóteles, 2010b, p. 743):

En general, quienes a sí mismos se consideran dignos de cosas que otros no merecen, se sienten inclinados a indignarse contra estos últimos y por tales cosas. Y ésta es la razón de que los serviles, los inmorales y los que no tienen ambiciones no sean propensos a la indignación, ya que nada hay que ellos crean merecer.

Ahora, podría parecer que también la envidia , se opone a la compasión y que se encuentra muy cerca a la indignación; estas son contrarias, porque la envidia es un pesar turbador y que concierne al éxito, pero no del que no lo merece, sino del que es nuestro igual o semejante (Aristóteles, 2010b, p. 739).

3.3 El temor

En cuanto al temor, Aristóteles piensa, que éste es una turbación, nacida de la imagen de que es inminente un mal destructivo o penoso; son temibles por tanto, aquellas cosas que se manifiestan de gran poder de destruir o de provocar daños que lleven a estados de gran penalidad. El temor se produce acompañado de un cierto presentimiento de que va a suceder algo muy destructivo ante las personas, las cosas y los momentos en los que se vive.  El temor es causante de que se delibere rápidamente, y nadie debe deliberar por desespero sobre las situaciones (Aristóteles, 2010b, p. 716-719).

En la Magna Moralia, Aristóteles (2011b) afirma que la valentía tiene que ver con los sentimientos de confianza y del temor; pero es necesario establecer qué tipo de temores y confianzas son estos y acude a un ejemplo así:

¿Acaso si alguien tiene miedo de perder sus bienes será cobarde y, en cambio, si se muestra confiado al respecto será valiente? De ningún modo. De forma semejante, si uno tiene miedo de una enfermedad o por el contario la afronta confiadamente, no se puede decir ni que el que tiene miedo sea cobarde ni que el que no lo tiene sea valiente. Por consiguiente la valentía no reside en esta clase de temores y confianzas. Por tanto, el valiente lo es respecto a los sentimientos de temor y confianza propios de los hombres. Quiero decir que será valiente aquel que se muestre animoso en situaciones en las que la mayoría o todos los hombres sienten miedo.

De la misma manera, no significa que el valiente, no albergue ningún temor; pues un ser humano al que nada le dé miedo, no significa que es valiente; porque se podría decir entonces que una piedra o un ser inanimado, serían valientes porque no sienten este tipo de emociones; con ello se quiere decir que para Aristóteles, el miedo o el temor, es propio de sentirlo también los seres valientes. Existen algunos temores y peligros que son más importantes que otros, como por ejemplo aquellos que amenazan la existencia y sobre todo aquellos que se encuentran más cerca, no los que se encuentre muy lejos (Aristóteles, 2011b, p. 163).

En la Retórica hablando del miedo, Aristóteles indica que no todos los males producen miedo, sino aquellos que tienen la capacidad de acarrear grandes penas o desastres; sobre todo los que están próximos a ocurrir; porque los males demasiado lejanos no generan miedo, así Aristóteles lo explica con un ejemplo: “Todo el mundo sabe que morirá, pero, como no es cosa próxima, nadie se preocupa (Aristóteles, 2010b, p. 716)”.

Por tanto el miedo o el temor, son temibles todo aquello que manifieste tener un gran poder de destrucción o de provocar daños que lleven a un estado de gran pena; pero como se ha dicho, se tema lo que encontramos más próximo. El Estagirita indica las cosas que son temidas (Aristóteles, 2010b, p. 717):

[…] las cosas de tal naturaleza son: la enemistad  y la ira de quienes tienen la capacidad de hacer algún daño (pues es evidente que quieren y que pueden, de manera que están prontos a actuar); la injusticia cuándo dispone de esa misma capacidad, porque intencionadamente es injusto el injusto; la virtud ultrajada, que asimismo dispone de esa capacidad (porque es obvio que la intención la tiene siempre, cuando ha recibido un ultraje, pero además que ahora puede); y el propio miedo de los que tiene, la capacidad de hacer algún daño (puesto que los que así hallan, por  fuerza han de estar, ellos también, prestos a la acción.

Pero además, algunos seres humanos están dominados por el afán de lucro y son cobardes en los peligros, con mucha frecuencia les resulta temible encontrarse a merced de otros, de sus cómplices y sentir miedo porque se piensa que estos los pueden delatar o terminen abandonándolos (Aristóteles, 2010b, p. 717). También se siente miedo ante sus víctimas, en quienes hayan recaído actos injustos; porque en muchos casos las víctimas se mantienen al acecho de alguna ocasión, para caer en contra de quienes hayan cometido actos injustos contra ellos; porque se siente temor por sufrir alguna venganza de parte de aquellas personas con quien se han cometido actos injustos (Aristóteles, 201b, p. 718). El Estagirita aclara aún más en la Retórica, frente a aquellos que hemos cometido actos injustos y dice al respecto (Aristóteles, 2010b, p. 718):

Como también son temibles, de entre los que hemos víctimas de injusticia o son enemigos o rivales nuestros, no los coléricos o de palabra franca, sino los que son calmos, irónicos o tortuosos, ya que éstos no descubren si están prontos a actuar, de modo que tampoco queda nunca claro si su acción está lejana.

Se teme también, a nuestros contradictores (antagonistas) en aquellas cosas en que ambos no pueden conseguir al mismo tiempo; porque entre ambos, existe una lucha permanente. También con aquellos a quienes consideramos más fuertes que nosotros, cuándo observamos que le producen daño a aquellos que nosotros consideramos más fuertes que nosotros; además, a aquellos que han quitado del medio a aquellos que consideramos más fuertes que nosotros; pero también a aquellos que andan atacando a quienes consideramos más débiles que nosotros (Aristóteles, 2010b, p. 718). El Estagirita habla de las cosas que son temibles, cuando no cabe reparar la falta cometida (Aristóteles, 2010b, p. 718):

Por lo demás, todas las cosas que son temibles lo son más aún, cuando no cabe reparar la falta cometida, ya sea porque ello es completamente imposible, ya sea porque no está en nuestras manos, sino en las de nuestros adversarios. Y, lo mismo, las cosas que no admiten arreglo o no lo tienen fácil. Por decirlo simplemente, son, pues, temibles todas las cosas que, cuando les suceden o están a punto de sucederles a otros, inspiran compasión.

Existen algunos aspectos que deben ser tenidos en cuenta, como causas y el estado por las que se siente miedo; cuando el temor está acompañado de presentimiento de que se va a sufrir alguna afección destructiva o algún mal; se siente miedo ante las personas, las cosas y los momentos  que pueden provocarlo; todo lo contrario sucede con aquellos que ostentan gran fortuna y bienestar, que suelen pensar que nada los puede perturbar; de ahí que sean soberbios, despectivos y temerarios; pues creen que esta condición los hace afortunados por su riqueza, su éxito social y su poder (Aristóteles, 2010b, p. 719).

Aristóteles define la confianza como lo contrario del temor, y la define como una esperanza acompañada de fantasía sobre que aquellas cosas que pueden salvarnos están próximas a ocurrir; y al contrario, están lejanas aquellas que nos provocan temor; así (Aristóteles, 2010b, p. 720):

Da confianza, así pues, el que las desgracias estén lejos y los medios de salvación cerca; el que existan remedios y se disponga de recursos, sean éstos muchos o grandes o ambas cosas a la vez; el no haber sido víctima de injusticia ni tampoco haberla cometido; el no tener en general antagonistas o el que éstos no tengan capacidad de hacernos daño o, en caso de que la tengan, sean amigos o nos hayan hecho algún beneficio o lo hayan recibido de nosotros.

Existen algunas disposiciones que favorecen la confianza en las personas, como son aquellos que han triunfado en muchas ocasiones y no han sufrido ningún mal; también los que han estado al borde de la desgracia y han escapado a ella (Garcés y Giraldo, 2013); cuando lo temible, no lo es para los que son nuestros iguales o nuestros inferiores o personas de las que nos consideramos superiores; aquellos que creen tener más y mejores medios como la abundancia de dinero, la fuerza física, los amigos, las propiedades; igualmente, los que no han cometido injusticia contra nadie, ni contra aquellos que inspiran temor (Aristóteles, 2010b, p. 721).

3.4 La envidia

La envidia consiste en un cierto pesar que siente con nuestros iguales por su notorio éxito en alcanzar bienes; estos, son aquellas personas que son iguales en estirpe, parentesco, edad, modo de ser, fama medios económicos. Además para Aristóteles define a la persona envidiosa, de la siguiente manera (Aristóteles, 2010b, p. 744):

[…] son envidiosos los que poco les falta para tenerlo todo (razón por la cual los que realizan grandes cosas y los afortunados son más envidiosos), ya que piensan que todos quieren arrebatarles lo que es suyo. Asimismo, los que gozan de una destacada reputación de algo, y especialmente en sabiduría o felicidad. Como también son más envidiosos los que ambicionan honores que los que no los ambicionan. Y los sabios sólo en apariencia, pues éstos ambicionan lo que concierte a la sabiduría.

De esta manera, quienes aman la gloria y los reconocimientos, son más envidiosos, que aquellos a quienes no les importan los honores; de otro lado, aquellos de espíritu pequeño, también suele producirles envidia aquellas cosas que ven que no pueden alcanzar y que son grandes para ellos (Aristóteles, 2010b, p. 744-745):

Porque es, en efecto, por las obras o por la posesión de las cosas en las que se expresa el amor a la gloria y la ambición de honores y ante las que se excita el apetito de la fama, así como también por los dones de la fortuna, por todo esto poco más o menos, por lo que se siente envidia.

Por tanto, rivalizamos con nuestros antagonistas, con nuestros competidores en el amor y, por lo general con aquellos que aspiran a las mismas cosas que nos gusta poseer; también con aquellos  que llegan a poseer algo o que llegan a prosperar, esto sucede porque queremos compararnos con ellos; además porque pueden llegar a adquirir cosas que son de nuestro interés o también, que alguna vez se tuvo; se envidia también a los que con dificultad consiguen algo, o a quienes todo lo logran con rapidez (Aristóteles, 2010b, p. 746).

Se hace necesario que en este apartado, se hable de la emulación; porque esta como lo define Aristóteles, es un cierto pesar que se siente, por aquellas personas que cuentan con bienes honorables y que se consideran propios de que uno mismo los consigna, en rivalidad con aquellos que creemos que son iguales a nosotros; El Estagirita, elabora y propone una diferenciación entre la emulación y la envidia (Aristóteles, 2010b, p. 747-748):

[…] la emulación es propia de hombres honrados, mientras que la envidia es inmoral y propia de inmorales, pues así como, mediante la emulación, se preparan los unos a lograr los bienes, los otros, en cambio buscan con la envidia que no los consiga el prójimo, resulta entonces necesario que sean propensos a la emulación los que a sí mismos se consideran merecedores de bienes que no poseen, pero que les sería posible conseguir, dado que nadie aspira a lo que se muestra como imposible.

4. Conclusiones

Aristóteles en algunas de sus obras más representativas nos ha permitido conocer acerca de las emociones como mecanismos de reacción en situaciones inesperadas o que llegan de improvisto, lo cual lleva al ser humano a tomar diferentes reacciones, que pertenecen a la naturaleza misma de aquel que las experimenta. Asimismo, las personas tienen pasiones, facultades y modos de ser que les hace experimentar las emociones de manera distinta y por supuesto las reacciones de igual forma son distintas.

En este mismo sentido, el Estagirita permite desentrañar algunas características particulares que son propias de cada tipo de emoción, teniendo en primer lugar que la ira es un apetito de venganza manifestado del encolerizado contra el mismo u otras persona, además de sentir placer por cumplir con el cometido de su ira, asimismo, otra característica que le acompaña a esta emoción es que por causa del apetito irascible y de la ira, se generan las venganzas. Cabe aclarar que no siempre se experimenta la emoción de la ira por malas actitudes, ya que en algunas ocasiones se siente por actitudes de justicia o de llamar la atención.

En segundo lugar, vemos que la compasión es otra emoción que llamó la atención de Aristóteles, dando a conocer en este sentido parte de su humanidad, en tanto que define esta emoción como cierto pesar por la aparición de un mal destructivo y penoso en quien no lo merece, sintiéndose más en aquellos más cercanos.

En tercer lugar, Aristóteles permite conocer algunos aspectos importantes acerca de la emoción del temor, como una turbación que sufre el ser humano en medio de la inminencia de un mal de aquello con gran poder de destruir o de provocar daños. Esta emoción en particular causa la deliberación rápida y sin razón ante situaciones inesperadas, de peligro o de incertidumbre.

Por último y en cuanto lugar, a través de los escritos estudiados de Aristóteles se ve como la envidia es una emoción más común en aquellos que han realizado grandes cosas y son más afortunados ya que piensan que todos quieren arrebatarles lo que es suyo, además es también común en aquellos que aman la gloria y los reconocimientos, lo que los lleva a rivalidades y en muchas ocasiones a contiendas.

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Artículo derivado del proyecto de investigación «Contextos actuales de la antropología filosófica: perspectivas» con código CIDI 863B-07/17-42, en el marco de la estancia posdoctoral en Filosofía en el Grupo de Investigación Epimeleia de la Universidad Pontificia Bolivariana, realizada por Luis Fernando Garcés Giraldo en el tema «Las emociones en Aristóteles como facultades de realidades anímicas en los seres humanos». 

1. Doctor en Filosofía. Vicerrector de Investigación de la Corporación Universitaria Lasallista. Investigador Senior, Grupo de Investigación GRINDIS. Investigador Posdoctoral en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana.  Pasante posdoctoral en el grupo de investigación Epimeleia. E-mail: lugarces@lasallista.edu.co. Orcid: 0000-0003-3286-8704. Scopus Author ID: 57147348300

2. Profesional en Filosofía, magíster en Gerencia para el Desarrollo y doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Docente Titular de la Facultad de Filosofía en la misma Universidad, además actúa como coordinador administrativo de posgrados e investigación. Director del Grupo de investigación Epimeleia. E-mail: conrado.giraldo@upb.edu.co. Orcid: 0000-0003-1885-9158. Scopus Author ID: 55574329000


Revista ESPACIOS. ISSN 0798 1015
Vol. 39 (Nº 04) Año 2018

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